viernes, 25 de julio de 2014

Capítulo 4

Locura


El camino hasta el pueblo más próximo se hizo condenadamente largo. No por la distancia en sí, si no porque tenían que llevar al pequeño grupo de niños asustados hasta un lugar seguro. Las cortas pieriecitas de los infantes les retrasaron más de lo deseado. Pero no podían abandonaros a su suerte en el bosque, y mucho menos llevarlos con ellos. Tras dejarles en una pequeña escuela, el trío debía encontrar ahora un lugar seguro para ellos mismos.

Pomme no se quitaba de la cabeza lo que había ocurrido en el bosque y aun sentía escalofríos al recordar el aliento del lobo tan cerca de ella. ¿Qué era lo que estaba pasando entre Jaroba y Dochama para que los lobos hubiesen atacado? Miró a Maxwell, el cual encaminaba la marcha. Se suponía que él conocía la verdad sobre lo que estaba ocurrido, pero era incapaz de confiar en esos ojos turquesa fríos como el hielo. Había algo en él que le gustaba aun menos que los lobos, no sabía el qué. Desvió la mirada hacia Hurdder, caminaba callado unos pasos por detrás de ella. Parecía preocupado, pero no por lo mismo que ella, si no por la herida del brazo que no terminaba de sangrar.


— Será mejor que vayamos a un sitio cubierto. — anunció el joven castaño sacando así de sus pensamientos a Pomme. — Huele a humedad, va a llover de nuevo pronto.

— Conozco un lugar donde podemos estar. Es una posada cercana. — comentó Maxwell con apatía.

— ¿Pero tu no eres de Dochama? — puntualizó Pomme.

— Sí, señorita, pero ¿acaso cree que he estado durmiendo en la copa de los árboles desde que llegué? — Contestó él con cierto sarcasmo que hizo que Pomme sintiese sus mejillas enrojecer y una tremenda vergüenza por su comentario.


Por su modo de hablar y de moverse se veía que Maxwell no era un vagabundo cualquiera. Andaba recto, firme, con la mirada al frente como si el mundo que le rodeaba fuese un camino único y claro. Podría tratarse perfectamente de un militar, pensaba Pomme. Además estaba impoluto para haber viajado por medio mundo desde Dochama al centro de Jaroba. Hurdder y ella tan solo llevaban una semana de viaje y ya daban asco de solo verles; llenos de polvo, sudor y lluvia; con el pelo enmarañado y heridos.

Llegaron a la posada de la que les había hablado el joven dochés, no era tan horrible como se había imaginado ella, si no bastante más acogedora, con paredes blancas y pinturas de paisajes colgando de ellas. La habitación era bastante pequeña para los tres, de hecho parecía que Maxwell ya había pasado allí la noche pues, encima de un pequeño sillón, había una bolsa de terciopelo azul reposando, la cual parecía suya. Se acercó a la misma, sacando una venda y un frasco transparente.


— Cura la herida de tu amigo, señorita. — indicó dándole el vendaje y el mejunje. Tras ello cerró la puerta con llave, y ocultó las ventanas tras las cortinas. Por primera vez pareció temer que alguien les siguiese o espiase.

— ¿Por qué nos estas ayudando tanto? — cuestionó la chica.

— La reina Julia. — fue su contestación tras cerrar completamente todo el cuarto y encendiendo una pequeña vela para poder iluminarlos. — La soberana de Dochama, ha enloquecido.

— ¿Qué clase de locura? — preguntó Hurdder.

— De la peor. Se ha vuelto totalmente demente. — continuó Maxwell sentándose en el sillón y cruzando los dedos delante de la boca. — Quiere comenzar una guerra. No solo entre Dochama y Jaroba. Es una guerra entre Dochama e Inclán. Jaroba es solo el principio, no hay otro motivo que el de que es el continente más cercano a su reino.

— ¿Cómo va a cometer esa locura?

— Señorita, ¿no ha oído que se ha vuelto loca?

— Pero esto no es solo por la demencia de una reina. — habló el biforme.

— Sí, sí lo es. Pero de una reina muy poderosa. No es solo ella y el ejercito del reino.

— ¿Norte? ¿Norte no ha hecho nada?

— Carst, el brujo del norte es su as en la manga. Desde hace meses, digamos, que la reina se ha ganado los favores del brujo.

— Pero… — continuó Hurdder — Los Lobos Blancos. Esos biformes siempre han presumido de no servir a ninguna nación, de vivir alejados en las Montañas dy hielo. Ellos nunca atacarían por que lo made una reina. Son orgullosos.

— Y ese es el mayor peligro. La reina Julia es medium. Y no de cualquier tipo de medium, es una medium bendita. Tiene el poder de meterse en los sueños de sus prisioneros, los manipula a su antojo, crea las peores pesadillas que puedas imaginar. El proceso puede durar semanas o incluso meses. Noche tras noche tortura con su poder a sus victimas hasta que estas la obedecen sin rechistar, o pierden la conciencia de si mismos.

— Eso explica todo lo que dijo el lobo blanco. — musitó Hurdder para si mismo.

— Además, — continuó hablando el dochés — Una vez la reina ha entrado en los sueños de alguien puede volver a hacerlo cuantas veces quiera, así da órdenes a sus “aliados” a grandes distancias.  Seguramente ella ordenó la retirada de los lobos.

— En otras palabras… — Pomme tragó saliva — Estoy viva porque la reina Julia quiso…

— Seguramente. Pero no entiendo el por qué. La reina ordenó a la manada de lobos acabar con las Mensajeras de los Brujos de Inclán para impedir la comunicación entre ellos, y entre los demás soberanos. Por eso no tiene sentido que hayan dejado a una viva, más teniéndola ya entre la espada y la pared.


A Pomme le subió un escalofrío por la espalda como si se tratase de una serpiente venenosa. La idea de pensar en ese lobo cerrando sus fauces sobre ella la paralizó momentáneamente. No solo era eso, Maxwell había afirmado que la reina contaba además con la ayuda de un Brujo de Inclán. Norte, los Brujos de Inclán no eran brujos como ella, era mucho más poderosos. Se decía que habían sido bendecidos con el poder de Jenh, la diosa salvadora del mundo de Inclán. Ellos lo conocían todo, de todos, en todos los tiempos. Conocían los mayores secretos del pasado, del presente e incluso del futuro. Ella era bruja, pero nada que ver, había miles de brujos pero solo eran cuatro los elegidos por la diosa de Inclán para proteger los cuatro continentes. Nada se escapaba a su magia, exceptuando los otros Brujos de Inclán y todo aquello que llevase la magia de Jenh.


— Pero aunque sea tan peligrosa como dices, y aunque tenga de su lado a Norte… — dio Pomme intentando encontrar alguna solución al problema que se les avecinaba — Son solo una medium y un brujo, por mucho ejercito y poder que tengan… Nosotros tenemos a los otros tres Brujos de Inclán, y miles de mediums, brujos y ejércitos. No puede hacer nada.

— No estaría yo tan seguro de ello, subestimas la locura.

— ¿Y tú como sabes todo esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que eres de confianza?  — cuestionó Hurdder levantando una ceja — Tú eres de Dochama, no te conviene incitar a otros reinos que comiencen una lucha contra el tuyo.

— Esta no es una lucha de Dochama, es sólo de la reina Julia y Norte. Mi reino está pasando por una de las más negras épocas de su historia, la reina está, como ella dice, limpiando Dochama.

— ¿Limpiando Dochama de qué?

— De eso. — sentenció señalando el rostro de la bruja la cual se sobresaltó al sentirse acusada de algo.

— ¡¿De mí?! Yo no he hecho nada malo, ni si quiera he llegado a pisar Dochama.

— No, de ti no… De los ojos rojos. La raza de Dochama siempre se ha caracterizado por dos rasgos distintivos, los cabellos blancos y los ojos azul turquesa. Pero hace algo menos de un siglo un pueblo de las islas del noroeste invadieron el continente. Saquearon, asesinaron y violaron a las gentes de Dochama. Esto provocó un mestizaje, que ahora ha empezado a hacerse evidente. Los ojos azules de los docheces se han ido tornando rojos, como los de los invasores, a lo largo de los años. La reina quiere limpiar la estirpe de esos ojos acabando con las personas que ensucian su reino. Y después de acabar con ellos, limpiará el resto del mundo de las razas mestizadas o impuras que ella crea necesarias…

 — Y sospecho que son muchas. — acabó el biforme.

— Me temo que sí. La reina, en su locura ya ha acabado con la vida de personas inocentes de su propio reino, familias enteras, incluso niños, ejecutados tan solo por tener los ojos rojos. Por eso he venido hasta aquí, ella ya ha asesinado a demasiada gente. — Maxwell suspiró, por segunda vez parecía demostrar algún tipo de sentimiento — Necesito hablar con Oeste.

— ¿Con mi abuela? — preguntó Pomme.

— ¿Karren, la Bruja del Oeste es tu abuela? — Maxwell abrió los ojos francamente atónito — Bruja, Mensajera, con ojos rojos y además la nieta de una Bruja de Inclán… ¿Qué más quieres para que la reina te odie? Da igual. Necesito que me lleves con ella.

— Nosotros salimos de allí hace una semana. Tardaremos como mínimo cinco días en llegar hasta allí. — habló Hurdder.

— Pero… nosotros teníamos la misión de llegar a Dochama y avisar de lo ocurrido a Carst. — se impuso Pomme sin pensar.

— ¿Pretendes meterte en la boca del lobo? Además Carst no va a ser de ninguna ayuda, eso tenlo por seguro.

— ¿Estás solo en esto?

— Básicamente… tengo una espía en palacio, por eso poseo tanta información sobre ello. Pero no es de gran ayuda a la hora de la lucha.

— Pues, sabiendo esto, será mejor que nos pongamos en marcha hacia el Castillo de las Montañas lo antes posible. Si es verdad lo que dices la reina ya debe de saber todo lo que esta pasando aquí.

— No mientras tenga esto. — el joven de cabellos plateados volvió a meter la mano en la bolsa sacando esta vez un reloj de bolsillo dorado atado a una cadena. — Es un reloj mágico, no sé cual es su utilidad exactamente, solo sé que mi espía lo ha robado de palacio. Fue un regalo de Norte a la reina. Mientras lo llevemos con nosotros ni si quiera el brujo más poderoso podrá saber donde estamos.

— No sé quien será tu espía pero hace un buen trabajo. — afirmó Hurdder mirando el reloj.

Pomme no podía, o más bien no quería, creer lo que Maxwell estaba contando. No el echo de la locura de la reina si no lo que había dicho de Carst. Ella como nieta de la Bruja del Oeste conocía a los otros tres Brujos desde que tenía memoria. El Carst que ella conocía era un hombre bueno y compasivo, alguien en que siempre habían confiado tanto ella como su abuela. Él nunca estaría de acuerdo con alguien capaz de matar débiles e inocentes, y mucho menos colaborar con ello. Estaba segura de que la soberana de Dochama le estaba torturándole con ese poder de manipular los sueños, era la única explicación lógica que encontraba. Así que ella tenía que ayudarle. La rabia y la inquietud la hacían sentir un enorme ardor proveniente de sus entrañas, como si fuese a entrar en combustión.

Hurdder parecía tranquilo, pero no era como se sentía. A lo largo de los años había aprendido a mostrar calma, las pasiones incontrolables eran innecesarias en tiempo de guerra. En ese sentido, parecía entender a Maxwell, aunque no acabase de confiar en él, su instinto le decía que de veras era un aliado. Esperaba no equivocarse.

lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 3

Trampa


La anciana condujo a Pomme hasta su aldea, era pequeña y con la creciente luz del amanecer las humildes casas que todavía quedaban en pie  producían sombras azules que melancolizaban y entristecían el lugar. Era cierto todo lo que la mujer le había dicho, las escasas y angostas callejuelas del pueblo se veían totalmente desiertas, solo estaban habitadas por restos de cenizas del ataque que habían sufrido hace unas horas. Es panorama a la joven se le hacía insoportable, ya fura por el olor a sangre o por el mero hecho de imaginar lo que ahí había sucedido.

— ¿Dónde están los supervivientes? —preguntó la chica preocupada por si ya no quedaba nadie al que ayudar.
—Sígame, no se encuentran muy lejos de aquí. Tan solo a unos minutos. Están escondidos en el sótano de la casa del jefe.
— ¿Hay muchos?
—Menos de los que me gustaría… Solo un puñado de niños y alguna mujer. Lo que me preocupa es que dijeron que volverían… sin ayuda no podremos hacer nada… —lloró la mujer con la voz rota y lágrimas en los ojos.
—No se preocupe. —Intentó consolar la joven al ver la tristeza de la anciana —Haré todo lo que pueda. Pensaremos algo.

Pomme siguió a la anciana unos pasos por detrás moviendo la cabeza de un lado a otro en una continua negación preparada para cualquier ataque enemigo. Aunque en esas calles todo era silencio a la morena todavía le parecía pode oír los tristes y desesperados gritos de los habitantes de la aldea, y eran desgarradores.
***

Mientras, Hurder intentaba encontrar el menor rastro de su compañera. No era una tarea demasiado difícil para él, en teoría. Pero el aroma del rocío mañanero empezaba a inundar el bosque, lo que camuflaba el olor de Pomme bastante eficazmente. Además la herida de su brazo estaba aún e carne viva y le provocaba terribles dolores que le distraía de su objetivo. El todavía desconocido joven de cabellos plateados se mantenía cerca del biforme, sin despegar sus ojos aguamarina de él, no parecía depositar mucha confianza en su capacidad.  Aun no se había ni presentado y ya hablaba y se movía como si fuese un superior, un noble vigilando como otros trabajaban para él. Pero… por lo menos no parecía querer matarlos a ellos, aunque todavía era pronto para afirmarlo… sería mejor mantenerle vigilado por si se trataba de una trampa.

Un ligero aroma llegó a él, sin duda era el de la capa roja de Pomme. Pero había algo raro otro olor. Uno totalmente desconocido, y ligeramente desagradable y agrio. Un sudor frío empezó a recorrer la espalda del castaño.

— ¿La has localizado? —cuestionó el hombre de cabellos plateados.
— Sí, pero no está sola. —contestó Hurdder. —Es un olor que no conozco.
—Espero que tu amiguita se esté bien y no se meta en problemas. Ya bastante he tenido con rescatarte a ti.
—No lo sé… será mejor que nos demos prisa.

Ambos continuaron su camino siguiendo las indicaciones del agudo olfato del biforme adentrándose en el bosque a la mayor velocidad posible.


**
 Pomme examinó con su roja mirada el edificio que se alzaba delante de ella, no era una casa muy grande pero si algo más que las otras de alrededor. Construida con las amarillentas calizas de la zona parecía ser el único sitio que no había sido asaltado brutalmente. Pomme ayudó a la mujer abrió las puertas con bastante esfuerzo, puesto que eran demasiado grandes, pesadas y antiguas para que a su avanzada edad lo lograse sola. Un agudo chirrido de la madera hinchada por la lluvia les dio la bienvenida al caserón. Todo estaba oscuro en el interior, solo algunos rayos de sol se colaban entre las cortinas que colgaban junto a las pequeñas ventanas haciendo que se pudiesen vislumbrar los objetos y muebles que había en aquel pequeño vestíbulo.

La joven miraba todo al su alrededor con intensa curiosidad. Pese a que aquella era la residencia del jefe del poblado, la casa, no era desde luego una mansión, si no humilde y austera. Los adornos que abundaban sobre las estanterías y cómodas eran de cerámica barata o, como mucho, de metales semipreciosos.


—Señora… ¿Dónde decía que se encon…? —No acabó la frase cuando se dio cuenta de que se hallaba totalmente sola. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral de arriba abajo.

Caminó entre las tenues luces por el pasillo intentando encontrar a su acompañante. Por algún motivo, tal vez algún tipo de presentimiento, intentaba hacer el menor ruido posible. Los pasos de las botas de cuero rojo de la bruja parecían resonar por todo el poblado y el suelo chillaba a sus pies. Desde luego era imposible que la anciana no supiese donde se encontraba. Paró un momento, tomó aire, y lo soltó lentamente. ¿Cómo era posible que se hubiese perdido dentro de esa pequeña vivienda?

Pero mientras pensaba eso, escuchó un sonido, un sonido tan leve y difuso como la luz del cuarto. Era un susurro de una vocecilla aguda y sollozante… ¡de uno de los niños! Sus propios pasos ruidosos estaban impidiendo que encontrase lo que buscaba. Sería burra. Se acercó a una de las paredes para intentar distinguir de donde exactamente provenía el llanto. Pero no lo hacía de otra habitación, si no de abajo. Una pequeña trampilla oculta debajo de una de las alfombras rojas parecía ser el mejor escondrijo en caso de peligro.  Pomme se agachó para abrirla, pesaba mucho más de lo que parecía. Al otro lado de la madera encontró unas estrechas escaleras que parecían  adentrarse en una oscuridad absoluta.


— ¿Señora Ednna? —escuchó desde el interior de aquellas tinieblas. — ¿Eres tú?
—No… —contestó la joven bruja —Pero he venido a ayudaros, no tenéis que tener miedo.

Pomme bajó los primeros escalones apoyándose en la pared hasta que la luz era totalmente deficiente. Entonces chasqueó los dedos y al igual que en la caverna una pequeña llama apareció sobre sus manos iluminando aquél sótano. Una serie de pequeños ojos llorosos e irritados  la observaban fijamente entre numerosos parpadeos. El grupo de pequeños niños no era demasiado numeroso.


— ¿Dónde está la señora Ednna? — preguntó uno de los pequeños.
—Está bien, estará por la casa. Ahora la buscamos, no os preocupéis. —contestó ella. — ¿Estáis todos bien?
— ¿Y los lobos?
—Tranquilos, no os harán nada.
—Aún no se han ido.
— ¿Qué?

Pomme miró a su alrededor, hasta entonces no lo había notado pero de repente comenzó a sentir una multitud de miradas clavándose en ella. Miradas que brillaban con la misma luz que ella había encendido pero de las cuales no se había percatado. De entre las sombras temblorosas apareció un grupo de hombres del mismo aspecto salvaje de aquel con el que había dejado a su compañero. Ella dio un paso hacia tras. El grupo no era muy numeroso, tan solo cinco integrantes, pero el encontrarlos de cara así la había perturbado. Los niños asustados se escondieron detrás de las faldas negras de la joven.

—Bueno, bueno, bueno… —farfulló el que parecía ser el cabecilla del equipo —El plan ha salido a pedir de boca. Los astros hoy se hallan de nuestra parte.
—Malditos… —masculló la bruja entre dientes.
—Parece que las famosas Mensajeras no son tan listas como cuentan. —dijo otro de los biformes burlón.
—O por lo menos esta. Ha sido ver una anciana llorona y caer en la trampa como una conejita.
— ¡¿Qué habéis hecho con la señora Ednna?! —exigió saber ella aumentando la intensidad de la llama de su mano.
— ¿La vieja esa? Ya no nos servía para nada. Ahora estará mejor en el mundo de los espíritus con sus vecinos.


Los niños comenzaron a llorar al conocer la noticia de la perdida de la anciana. Pomme sentía su sangre arder. Tanto que llegó un momento que, casi literalmente, explotó. En un rápido movimiento giró sobre si misma lanzando llamas anaranjadas en todas direcciones con la intención de acabar con sus enemigos. Algunas de ellas dieron en el blanco, pero la mayoría acabaron prendiendo los muebles y telas que había en aquel sótano. La lucha se había reanudado.

Los niños se asustaron todavía más. Lloraban desconsoladamente y algunos tosían por el humo y el polvo levantado. Pomme se dio cuenta que sus impulsos casi matan a los pequeños que ella había ido a salvar. Antes de carbonizar lo que quedaba de aldea tenía que sacar a los niños de allí. Los lobos que habían sido heridos aún se rebullían. Si corrían tendrían una oportunidad de huir.

— ¡Fuera de aquí, chicos! —gritó para que la escuchasen por encima de sus llantos. —Yo me encargo de estos malditos chuchos.

Los niños la obedecieron, lo más rápido que les permitían sus piernas corrieron escaleras arriba. Los lobos saltaron sobre la bruja. Ella se defendió con sus llamaradas incendiando cada vez más la sala lo que obligó a los biformes a salir también de ella de un modo salvaje. Pronto la mayoría de la casa ardía.


**
El intenso olor a humo negro llegó a las fosas nasales de Hurdder que inmediatamente supo de donde y por quién había sido causado. Los dos desconocidos miraron al cielo donde una enorme columna ceniza se erguía indicándoles el camino al que debían dirigirse.

—Parece que tu amiga la bruja se ha metido en graves problemas.
— Creo que más bien ella es el problema ahora mismo. —corrigió Hurdder tragando saliva. —Si no vamos rápido el fuego calcinará el bosque entero. Pomme no controla sus impulsos.
—Menuda mensajera ha ido a buscar Karren.


**
Los dos lobos menos fuertes de la manada habían quedado inconscientes por la cantidad de humo que se había levantado o ya contaban con tantas quemaduras que el dolor les impedía atacar a una única mujer. Poco después eran incluso incapaces de seguir manteniendo su aspecto canino. Pero aún quedaban tres de ellos, con mucha más fuerza física que ella.

El fuego los rodeaba, el calor era tan agobiante que ya comenzaba hasta hacer mella en la joven, aunque estaba entrenada para aguantar todo lo que el fuego conlleva.  Los lobos apenas eran capaces de abrir os ojos a causa de la luz, eso podía suponer una ventaja a su favor. Cuando uno de esos biformes intentaban acercarse a ella se llevaba una quemadura. Parecía que tenía la situación bajo control. Hasta que un fuerte zarpazo en el hombro derecho la hizo caer al suelo. Cuatro profundas marcas producidas por las grandes uñas de uno de sus enemigos sangraban y dolían. Las llamas parecían debilitarse con el daño causado.

El biforme que había asestado en la mujer se acercó a ella con gesto burlón hacia ella mientras su cuerpo cambiaba de nuevo a su forma humana. Ella aún no se había repuesto del golpe.


—Vaya, vaya… Parece que hemos encontrado tu punto débil, brujita. Si te duele… —rio dando un fuerte puntapié en el hombro herido de la joven la cual intentó ahogar un grito.  —…No hay fuego.
— ¿Cómo la matamos jefe? —cuestionó uno de los otros dos lobos mientras se aproximaba.
—No sé… se os ocurre alguna idea interesante. —contestó como si de verdad se divirtiese con aquella situación.


Se agachó frente a ella y con una de sus manos agarró sus cabellos negros levantándola de un tirón. Pese al dolor Pomme alzó sus brazos para agarrar el de su enemigo fuertemente, no hubo fuego pero le logró quemar con el gran calor de sus manos lo que hizo que el biforme tuviese que soltarla. Las marcas de sus palmas se quedaron selladas en él. Aprovechando ese momento de confusión la joven logró escabullirse corriendo entre las llamas que aún no se habían consumido.

—Maldita zorra… — masculló el lobo entre dientes convirtiéndose de nuevo en lobo, el cual ahora parecía realmente furioso.

De unos amplios y rápidos saltos dejó atrás a sus dos compañeros para perseguir a la bruja. Era un lobo enorme y poderoso que en cuestión de segundos alcanzó a la joven que huía. De un fuerte empujón la derribó como si de una muñeca se tratase haciéndola rodar un par de metro por la calcinada tierra.

Ahora sí que estaba perdida, y que rápido terminaba su viaje. El fuego acababa de apagarse finalmente, el lobo acercó su lleno de dientes hocico, mostrándolos blancos y afilados como cuchillas.

—Despídete bru… —pero no terminó la frase cuando sus orejas se erizaron como si hubiese escuchado algo. Algo entre aterrador y urgente puesto que su expresión se transformó. Tras ello bajó sus penetrantes ojos caninos mirándola con odio y sin mediar más palabra echó a correr adentrándose hacia el bosque.

— ¿Qué… ha pasado? —intentó habar para sí Pomme intentando recuperar la respiración. Su corazón todavía latía a enormes velocidades y no parecía querer calmarse. El sentir el aliento del lobo tan cerca de ella la había hecho olvidar el dolor de los numerosos arañazos y heridas que tenía en su cuerpo.

 — ¡¿Pomme?! —escuchó a voz de Hurdder no muy lejos de allí.
— ¡Aquí! ¡Estoy aquí! —contestó ella incorporándose y acudiendo al sitio del que provenía la voz.

Entonces fue cuando le vio aparecer con la mano en el hombro herido, al igual que ella, lo que hizo que tuviese que esconder una risilla. Se alegraba de que su compañero estuviese vivo, pero ella se había salvado de casualidad.

—Estás viva. Menos mal, cuando el fuego se apagaba cría que había pasado lo peor.
—Tranquilo, Hurdder. Aunque ha pasado algo muy raro… El biforme se fue antes de matarme… si no lo hubiese logrado. Ha sido un milagro.
—Vaya dos. —sentenció otra voz desconocida para ella. El joven de cabellos plateados apareció andando por detrás de Hurdder con total parsimonia.
— ¡¿Quién eres tú?! — Pomme se puso en guardia al ver el cabello albino de aquel hombre.
—No te asustes, Pomme. Él me ha salvado. También ha sido un milagro por mucho que me avergüence.
— ¿Y cómo sabes que podemos confiar en él?
—Mi nombre es Maxwell. —Dijo sin cambiar el tono de voz. —Y sé por qué quieren mataros.

sábado, 11 de mayo de 2013

Capítulo 2


Plata
Ya casi no podía ni respirar con normalidad. Había perdido totalmente la noción de cuánto había avanzado en la oscuridad del bosque ni cuánto tiempo llevaba corriendo sin rumbo fijo. Solo sabía que iba a seguir haciéndolo sin dejar de pensar en su compañero al que había dejado detrás. Ese lobo parecía demasiado fuerte y feroz para el joven, solo esperaba que estuviese a salvo. Al principio de su carrera podía escuchar algún rugido, ladrido o aullido, pero a medida que se alejaba del callejón los sonidos se hacían más tenues hasta que, ahora, solo podía oír sus propios pasos en los charcos de lluvia.

Quería parar de correr en algún momento, pero algo en ella le hacía sentir que no debía hacerlo. Eran las palabras de Hurdder que la había obligado a huir del campo de batalla. De vez en cuando frenaba sus pasos para ver si él la seguía o en un caso peor el gran lobo. Si fuera por ella volvería en ese mismo momento para ayudarlo. Pero sabía que su compañero tenía razón, lo más importante era transmitir el Mensaje a los Brujos de Inclán, llegar a Dochama… ellos eran lo de menos.

***

Los canes seguían en su encarnizada lucha, la sangre de ambos llenaba las calizas que les rodeaban a pocos metros. El sonido de dentadas, gruñidos y aullidos de dolor llenaban el todavía oscuro y apacible amanecer del bosque. Zafándose el uno del otro con bruscos movimientos cada vez que se tocaban nuevas gotas rojas salpicaban en varias direcciones. Hurdder volvió a abalanzarse sobre el lobo blanco. Sus colmillos aferrándose al cuello del enemigo, la piel del gran can era dura y espesa, lo que hacía que los mordiscos del joven biforme no eran capaces de hacer heridas graves en aquella corza de pelo brillante. Aun así el pastor apretó más sus mandíbulas intentando que su enemigo no escapase de sus fauces. Hubiese sido un acto efectivo si el gran lobo no hubiese aprovechado un mínimo despiste del joven para cerrar sus afilados dientes en una articulación de la pata delantera del perro, haciendo que este sintiese un intenso e insoportable dolor que provocó que soltase un agudo y lastimoso aullido.

Nunca había tenido que enfrentarse a un ser tan bestial y feroz como es hombre, normalmente sus contrarios eran simples ladrones o bandidos de los que tenía que defenderse. En ningún momento se había visualizado en una situación como aquella, luchando con otro biforme de esa manera tan encarnizada. Los Lobos Blancos venían de lejos, de más allá de las nevadas cumbres dochesas inaccesibles para los humanos normales, y no atacaban a no ser que fuera por defender su territorio o por su supervivencia o de algún ser querido. Eran, en teoría, nobles y con un gran sentido de honor y la justicia. O eso había leído en numerosos escritos.


— ¿Te ha dolido eso, chucho? —Masculló el biforme blanco, cuya piel se había teñido de escarlata debido a la herida del cuello, cortando el hilo del pensamiento del joven. —Un perro domesticado como tú nunca podría derrotar a un lobo salvaje como yo.

— ¿Lobo salvaje? Los lobos salvaje no persiguen a jovencitas porque sí, a no ser que fuese estrictamente necesario, Las Mensajeras no son ninguna amenaza para el clan de los Lobos Blancos, ni si quiera se acercan a vuestro territoirio. ¿Para quién trabajas? —Habló el joven como buenamente pudo con el dolor que le invadía.

—No sirvo a nadie, yo no soy ninguna mascota.

— ¿Y por qué nos persigues?


El lobo no contestó a esta última pregunta. En vez de esto, volvió a lanzarse al ataque. Hurdder intentó esquivarlo, pero para su mala suerte el lobo enemigo era mucho mayor, más rápido y estaba menos herido. Él había podido asestar bastantes mordidas y arañazos pero poco habían hecho en la gruesa piel del biforme. Los afilados cánidos del albino se volvieron a hundir en el lomo del pastor amarronado. Este cayó redondo al suelo empapándose con el agua de los charcos que tapizaban el pavimento. Tan agotado estaba ya que no podía ni mantener el aspecto del pastor, volviendo así a su forma humana.


— Creo que hablas demasiado, chucho. Será mejor que te calle de una vez. No has sido la peor de mis presas, espero que tu amiguita la de la capucha roja no me decepcione.


El lobo se acercó a él con aires de superioridad, muy seguro de su victoria, casi como si fuese un verdugo a punto de realizar una ejecución a órdenes de su monarca. Hurdder intentaba ponerse en pie pero el dolor en el brazo, costado y resto de heridas menores se lo impedían pese a sus esfuerzos y repetidamente caía una y otra vez sobre los cúmulos de agua mezclados con su sangre. El gran devorador se irguió orgulloso de sí mismo, su cabello blanco brillaba con los primeros rayos de luz que aparecían por el horizonte. Ya estaba listo para asestar la última dentada mortal en el biforme y correr tras la mujerzuela de la capucha roja, no tardaría en matarla a ella también. El joven cerró los ojos lo más fuerte que pudo como si así el gran lobo fuese a desaparecer.

¡Un sonido! Solo un agudo sonido metálico, casi doloroso para el fino oído de un biforme canino. Y acto seguido algo salpicó en su rostro. ¿Era su sangre? Si lo era no notaba el dolor… Lentamente, por miedo a encontrarse con los colmillos de su enemigo, abrió los ojos. Estaba vivo. Y justo delante suya el enorme cuerpo inerte del hombre albino, su pelo  y rostro se había tintado completamente por la sangre que emanaba de un duro golpe que había destrozado su cráneo, dejando a su alrededor un lago carmesí. Empapado en este mismo líquido, a uno centímetros de la cabeza destrozada del biforme reposaba lo que parecía un martillo plateado con un mango azul al que se ataba una larga cadena igualmente metálica.


— ¿Qué ha pas...?

—Que te he salvado la vida, eso es lo que ha pasado. —habló una helada voz de hombre desconocida desde el otro lado de la larga cadena. —De nada.


El dueño de la voz era un joven de su misma edad, tal vez un par de años mayor que él. Era alto y espigado de aspecto elegante, no parecía que hubiera matado a un hombre hacía menos de diez segundos. Su pelo era corto y, al igual que su arma, parecía hecho de hilos de plata y brillaba con la poca luz que le llegaba. Aunque compartiera aspectos comunes con el Lobo Blanco no tenía nada que ver con él en absoluto. A contrario del aspecto salvaje de su enemigo, el recién llegado desconocido llevaba un porte sofisticado. De rasgos faciales finos y delicados, pero a la vez angulosos y tez blanca como la nieve de Dochama, casi dándole un aire espectral. Pero en lo que más se fijó Hurdder fue en sus fríos, rasgados y anormalmente claros ojos azules. Ojos que le miraban fijamente con una mezcla de superioridad y compasión, mientras con paso lento pero decidido se acercaba a él.


— ¿Quién eres? — Fue lo único que pudo decir cuando recuperó la noción de la realidad.

—Eso ahora es lo de menos. —Respondió el extraño mientras con total parsimonia recogía su martillo y, con un pañuelo que guardaba en uno de los bolsillos de su gabardina azul, lo secó de a sangra de su víctima. Su voz era grave y sonaba totalmente plana. — ¿Dónde está la Mensajera?

—Respóndeme primero. ¿Quién eres? —Dijo Hurdder mientras se incorporaba doloridamente del suelo.

—Te responderé cuando estemos con ella. Así que llévame hasta ella lo antes posible.

— ¡¿Qué quién eres?! —Repitió el biforme cada vez más impaciente.

— ¿Dónde está? Te he salvado la vida, no basta con eso para que me digas donde está la Mensajera. Ese lobo hubiese acabado contigo de no ser porque estaba demasiado confiado y no se ha percatado de mi presencia, ni tu tampoco.  —Replicó sin cambiar realmente el tono de voz.

— ¿Cómo sé que no quieres matarnos? ¿Por qué iba a confiar en ti?

—Porque si no te aseguro que si no lo haces está muerta. Te aseguro que ese no es el único que os sigue de cerca. Y porque no tienes absolutamente nada que perder.


***

La susodicha Mensajera ya se encontraba cansada. No solo de correr si un destino claro, si no de huir y de no saber si su compañero se encontraba vivo o si ella viviría para reunirse con él. Había sido todo tan repentino, aun creía que en cualquier momento iba a despertar de aquel extraño sueño, pero en el fondo sabía que toda aquella situación era real. Solo quería acabar con esa situación cuanto antes y que todo volviese a la calma. Estaba harta de huir y algo la decía que iba a tener que seguir haciéndolo.

Con esos pensamientos dejó de correr, apoyó su espalda en el aun húmedo tronco de un árbol cercano. Respiró lenta y profundamente un par de veces intentando recuperar algo de energía que la carrera y la falta de sueño le habían robado.

El bosque estaba sumido en tal silencio que podía escuchar su propio corazón sofocado y sus pulmones. Se acabó, esperaría allí oculta a que llegara el que llegase, si era Hurdder pues perfecto, si no ella también sabía defenderse. En cuanto comenzó a relajarse y dejó de escuchar sus propias funciones vitales se percató de que allí había alguien más… alguien que se acercaba con pasos lentos en inciertos. Pomme se puso en guardia con la espalda pegada al tronco del árbol. Chasqueó los dedos y una llama apareció entre ellos chisporroteando con centellas rojas y anaranjadas, al igual que había pasado en la cueva.


— ¿Quién anda ahí? —Preguntó a joven preparada para proyectar la llamarada hacia quien quisiese atacarla.

— ¿Eres… una bruja? —Contestó con otro interrogante una vocecilla femenina y quebrada por la falta de aliento desde la aun oscura espesura.


Un cuerpo pequeño y esquelético cubierto de un traje de telas marrones salió de entre las hojas verdes. El pelo canoso y bastante escaso, y los abundantes surcos que llenaban su rostro y manos denotaban una avanzada edad. No parecía una gran amenaza, sino más bien una atemorizada anciana.


— ¿Eres una bruja? —Repitió la anciana en un tímido hilo de voz ya que no lograba respirar normalmente. Sus ojos pequeños y hundidos entre las arrugas denotaban una gran preocupación. —Necesito tu ayuda… por favor.

— ¿Qué sucede? —interrogó la joven al ver la expresión de la mujer.

—Mi pueblo ha sido atacado… Por unos enormes y… feroces…

— ¿Lobos blancos? —Habló Pomme por la mujer.

—Sí, exacto, unos gigantescos lobos blancos que se transformaban en hombres igualmente de crueles. Llegaron en la madrugada. Saquearon y quemaron nuestras casas. Nosotros intentamos defendernos, pero es un pueblo pequeño, no tenemos ni médiums ni brujas… solo azadas y rastrillos para la cosecha. Muchos de nuestros hombres acabaron muertos, devorados por esas bestias y si no heridos en estado muy grave… se han llevado a nuestras jóvenes, solo se pueden escuchar los llantos de los niños escondidos para intentar sobrevivir. Yo pude escapar porque nadie reparaba en una vieja arrugada como yo. Se han adueñado del poblado. Por favor ayúdanos. —Acabó la narración la anciana mientras los ojos se le desbordaban de lágrimas que recorrían su cara por las arrugas como ríos por los valles.

—Haré lo que pueda. —Afirmó sin acordarse ya de que ya tenía una misión que cumplir. No le gustaba imaginarse las escenas que le contaba la anciana. —Tengo un amigo… ahora ha quedado un poco atrás, pero nos alcanzará y si lo espera…

—Por favor… no podemos esperar, no hay tiempo para ello, muchos de mis conocidos ya han caído en la matanza… No puedo perder un segundo… —suplicó la mujer canosa.

—Entiendo. De todos modos, seguro que acaba alcanzándonos, es mucho más rápido que yo y se orienta bien. Cuando nos encuentre nos ayudará.

—Muchísimas gracias joven bruja… no sabe cuánto se lo agradezco.

—No me lo agradezca, el lugar donde vivía también ha sido atacado por los mismos lobos, entiendo por lo que está pasando. Lléveme a su pueblo. 

lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 1


Perseguidor


Las gotas de lluvia resbalaban por las pequeñas y amarillentas venas de las hojas que les rodeaban y ocultaban. Pese a estar cubiertos por el gran árbol que se alzaba por encima de sus cabezas gran parte del agua caía sobre ellos desde el cielo plomizo. Ningún otro sonido, más que el suave murmullo de la lluvia golpeando todo aquello que hubiese debajo de las nubes, reinaba en el bosque. Ni un susurro… ni un movimiento… nada… el más mínimo ruido y estaban muertos.

Ocultos en las ramas de un alto abedul respiraban suavemente y tan solo cuando era necesario para oxigenar los pulmones.  Aquellos que les buscaban podían escuchar con gran facilidad cualquier sonido, atacando sin dudar a quien lo produjese ya fuese culpable, inocente o un pequeño animalillo que tuviese la mala suerte de pasar por allí.

Pomme bajó la vista al suelo sorteando con sus ojos escarlata las ramas que se interponían entre ella y la tierra mojada. De la espesura del bosque apareció un enorme lobo en su campo de visión. Era mayor que un lobo normal, sus ojos parecían colmados de odio como si alguien lo hubiese inyectado en ellos, y su pelaje blanco brillaba con reflejos plateados por la lluvia. Al verlo la joven no pudo evitar ahogar un grito tomando una fuerte bocanada de aire, pero antes de que aquello les metiera en algún problema mortal una mano selló sus labios agarrándola fuertemente por detrás. Ella agradeció ese gesto que pudo salvarlos, era Hurdder. Cuando la notó lo suficientemente calmada volvió a soltarla quedando ambos en su posición inicial.

Ponme volvió a mirar al animal. Este escudriñaba el lugar en busca de la menor pista de ellos. Para la mala suerte de la bestia su olfato había quedado anulado por la humedad y la lluvia que habían borrado totalmente sus rastros. Furioso y frustrado el lobo volvió  a desaparecer entre los arbustos. Aun así los dos decidieron permanecer un tiempo más en aquel profundo y asfixiante silencio, mientras el agua hacia que la tela se pegase a sus pieles dejándoles una fría y desagradable sensación en el cuerpo.

—Ya podemos bajar. —Anunció Hurdder uniendo el dicho con el hecho.
— ¡Al fin! —Exclamó la joven intentando descolgarse del árbol sin caerse ya que no llevaba la ropa más adecuada para el bosque.
—Creo que tendremos que acampar por aquí.
— ¡¿Aquí?! Si está todo empapado. Si no nos mata el bestia ese nos matará una pulmonía.
—Ya, si no es el mejor sitio, pero ahora que tenemos a ese biforme lejos es mejor quedarnos en un sitio seguro que seguir caminando. Seguro que no es capaz de imaginarse que nos ha dejado atrás.
—Si tan tontos son los biformes salvajes podríamos haberle derrotado fácilmente, somos dos y él solo uno. —Pensó la chica en voz alta.
—Sabes que tienes que evitar las luchas que no son extraordinariamente necesarias. Lo único que importa es...
—Llegar cuanto antes a Dochama. —Finalizó ella la frase  —Lo sé.

Pomme era una joven que aparentaba tener unos veintidós años de edad. De tamaño pequeño y aspecto delicado, como si en cuanto la tocasen fuera a romperse. Su pelo ondulado y castaño oscuro, casi negro, la cubría el cuello y parte de los hombros, aunque, en ese momento por la lluvia, lo tapaba con la capucha de una larga capa roja que solía llevar. También vestía un sencillo vestido negro de palabra de honor. Nada cómodo para viajar.

Por otra parte Hurdder, aparentemente de la misma edad, tenía un aspecto salvaje. Su pelo castaño en diferentes tonos siempre parecía despeinado y sus ojos eran dorados con un extraño reflejo animal. No mucho más alto que ella, pero ágil y rápido, solo había que ver con qué facilidad había bajado de la rama del abedul. Su ropa contrastaba con el vestido de la chica, era una ropa ideal para el bosque y largos viajes de colores marrones y tela resistente.

No paraba de llover… eso les ayudaría a ocultarse del biforme, pero también impedía encontrar un sitio bueno para pasar la noche. Su único consuelo fue encontrar una pequeña cueva entre las calizas que había cerca del bosque. Esta no tenía más de cuatro metros de profundidad pero con eso les bastaría. Entraron en ella y Hurdder apartó del suelo las hojas mojadas dejando al descubierto una tierra más o menos seca. Pomme por otra parte se colocó en el centro de la caverna, elevó la mano hasta que esta quedó aproximadamente a la altura de su nariz y, tras unos segundos de meditación, chasqueó los dedos. De ellos salieron unas chispas anaranjadas como el cielo del atardecer. Era magia. Un segundo después ya ardía un cálido fuego sobre el suelo de caliza, las llamas rojas y amarillas se mezclaban juguetonamente entre las centellas. Los jóvenes se sentaron alrededor de él.

Su viaje había empezado hacía poco más de una semana, en la zona norte del montañoso continente de Jaroba. Allí era donde se encontraba el inaccesible castillo de la bruja del Oeste, en lo más alto de la más alta montaña, donde solo unos pocos insensatos se atrevían a subir. La bruja tenía la sagrada misión de salvaguardar y proteger a los habitantes de ese continente. Ella había enviado a las Mensajeras. Pero ninguna de estas conocía el mensaje que llevaba, solo la vieja Bruja del Oeste. Solo sabían que debían llegar lo antes posible a donde los otros Brujos de Inclán habitaban, aparte de la anciana Bruja del Oeste, había otros tres, uno por cada continente habitado de Inclán, uno por cada punto cardinal. Ninguno de los viajeros conocía a los demás Brujos, solo debían hallarlos lo antes posible y entregar el mensaje. No sería difícil si no estuviesen intentando matarlos.

***

La lluvia había cesado y el cielo despejado, pero en el ambiente aun había humedad. Pomme volvió a mirar a su acompañante. Los dos permanecían en silencio. Ya le gustaría de ese chico fuese algo más hablador. Siempre estaba callado y eso a la chica le resultaba algo aburrido, ella era bastante parlanchina. No es que fuese borde o seco, pero si reservado.

—Es agotador estar día y noche caminando… es mortal. —dijo ella para romper el hielo.
—¿Qué se le va a hacer..?  —Repuso él sin ningún ánimo. —Es eso o que muramos todos. Piensa que las otras mensajeras y sus acompañantes esta igual que nosotros.
—Ya… ¿Cómo estará la abuela? Espero que bien. —habló la joven diciendo esas dos últimas frases para sí misma.
—Eso espero yo también. Es la Bruja del Oeste, seguro que está perfectamente.
—Tienes toda la razón. Que yo sé cómo se las gasta la señora. No hay quien pueda con ella, te lo aseguro, los capones que da son temibles. Si ha atacado a los biformes con ellos seguro que los ha matado a todos entre terrible sufrimiento.
—Me compadezco de los pobres. —Rió suavemente el chico.
— ¿Cuánto crees que tardaremos en llegar a Dochama? —Preguntó.
—No sé, con un poco de suerte si no encontramos ninguno de esos biformes puede que en menos de dos semanas.
—Vaya… sí que se va a hacer largo este viaje…
—El mundo de Inclán es grande.
—Ya… —Murmuró mientras desviaba sus ojos rojos a las dos lunas que se dejaban ver en el fragmento de cielo que no tapaba el techo de la caverna. Aquellas  luces del cielo y el fuego eran lo único que iluminaba. —Por lo menos no tenemos que recorrer Goth y Soloth también.
—En eso tienes mucha razón. Además sería difícil llegar.
— ¿Crees que algún día alguien llegará hasta allí?
—No creo que ni el mejor de los hombres ave lo lograse. Pero lo que sí creo es que deberías de dormirte ya y dejar las preguntas para mañana.
—Vale, vale… —Finalizó la joven para luego recostarse tapándose con su capa roja para pasar el menos frío posible.

No sabrían decir cuánto tiempo pudieron dormir antes de que Hurdder se despertase precipitadamente, casi de un salto. Su respiración se había acelerado. Del ruido que causaron sus  movimientos, Pomme abrió los ojos de nuevo. Los ojos de su compañero se había encendido totalmente y sus cabellos erizado salvajemente, aquello desde luego no era una buena señal. Ella se incorporé lo más rápido que pudo intentando desperezarse para estar preparada para recibir eso que preocupaba a su compañero.

— ¿Qué pasa, Hurdder? —Preguntó ella con un notable nerviosismo que hacía que la voz temblase.
—Ya viene… —Anunció el aludido en un tono casi ronco. —Levántate, tenemos que irnos lo más rápido que podamos.
— ¿Nos ha encontrado?
—Eso parece, si no lo han hecho y simplemente están retrocediendo lo harán si no nos movemos pronto. No están lejos, se les escucha bien.

La pareja se alejó de la caverna a paso ligero, pero al mismo tiempo intentaban hacer el menor ruido posible, por si el enemigo aún no había encontrado su rastro. Debían evitar que se encontrasen con los que les buscaban, más a esas horas de la madrugada, y tan cansados como estaban.

***

El hombre llegó a la caverna pero ahí ya no había nadie. En ella ya solo se encontraba un pequeño hueco oscurecido en el suelo, donde había estado el fuego que habían encendido. La Mensajera estaba aún cerca, podía olerla a ella y al chucho que la acompañaba.

***

Pasaban entre los callejones que las calizas y el agua habían formado con el tiempo, en aquel paisaje era más difícil tender una emboscada ya que solo podían llegar por detrás o delante, y esos flancos los tenían vigilados.

Aquellos parajes eran típicos de la zona en la que vivían por lo que Hurdder, acostumbrado a caminar por ellos, había manejarse y encontrar buenos pasajes para despistar a sus perseguidores. Algunos de esos huecos eran demasiado estrechos para pasar, otros eran tan anchos que podían caminar ambos a la misma altura. El suelo estaba encharcado y salpicaban al caminar sobre él. El sonido era rítmico, primero los fuertes pasos de Hurdder y luego otros más ligeros de Pomme. Él, ella, él, ella, él, ella… así durante un buen rato. Tan monótono era el sonido que no se percataron de él hasta que cambió. ¡Había pisadas de una tercera persona! Aún estaba lejos pero el joven con su fino oído ya le había escuchado. Y cada vez se acercaba más y más a gran velocidad.

— ¡Pomme, corre!
— ¡¿Qué?! —Exclamó la aludida algo alarmada. — ¡Sabes que o pienso huir!
— ¡Déjate de tonterías y hazlo! ¡Sabes que si a mí me pasa algo pueden remplazarme, Mensajeras quedáis muchas menos!
—Per…
— ¡No hay peros que valgan! ¡Lárgate ya! —Ordenó en un tono bastante agresivo.
—Va… vale…
—No te preocupes, no soy brujo pero se arreglármelas solo. Le entretendré.
— ¡Suerte! — Se despidió la chica mientras echaba a correr por el encharcado suelo.
—Gracias.


Pomme se alejaba lo más rápido que su vestido negro la permitía mientras la capa roja que colgaba de sus hombros revoloteaba detrás de ella. Y Hurdder se quedó detrás esperando ver aparecer al gran lobo blanco que les había perseguido durante los últimos días. Pero de vez de él de entre la roca parda apareció la figura de un hombre mayor que él en casi todos los aspectos. De pelo blanco y despeinado y ojos rojos y furiosos. Este le miró de arriba abajo de modo despectivo como si sintiese miedo que Hurrder le fuese a pegar alguna extraña enfermedad. Pero a la vez con una sonrisa maquiavélica en el rostro, que hacía que quedase a la vista sus prominentes y desgastados colmillos.


— ¿Dónde está la mujerzuela a la que acompañas, chucho? —Escupió el extraño con un total desprecio.
—Si quieres alcanzarla primero tendrás que acabar conmigo. —Contestó él.
—Lo dices como si fuese algo difícil, chucho.

Los dos corrieron el uno hacia el otro. Los rasgos del perseguidor empezaron a cambiar. El cuerpo se llenó de pelo y se agrandó aún más, convirtiéndose en el enorme lobo blanco. Tan solo un segundo después Hurdder sufrió un cambio casi idéntico al de su oponente. Sus manos y pies se transformaron en lo que parecían patas caninas y su rostro se alargó en forma de hocico. Rápidamente el joven adopto un feroz aspecto de un perro muy  similar a lo que nosotros llamaríamos un pastor alemán.
Si mediar ni una palabra más comenzó una batalla de dentelladas y arañazos sin más sonido que gruñidos y alaridos.




 Continuará...

domingo, 10 de febrero de 2013

Nota de la autora



Título: Reminiscencia


Saga: La Máquina del Fin del Mundo

Género: Fantasía

Clasificación: +16

Advertencia: Violencia, posible muerte de uno o más personajes

Tipo de Historia: Original





Sipnosis: 



Han pasado 50 años desde el final de la guerra del Plenilunio. Aun así las tensiones entre contienes sigue a flor de piel, pudiendo volverse a las armas en cualquier momento. En este mundo compulso la reina Julia, gobernante de el continente de Dochama, comienza la creación de su propio mudo perfecto, cegada por las ideas abstractas sobre la perfección y la paz. Y solo un modo tiene de conseguirlo… Activar la Máquina del Fin del Mundo. 
Así comienza el viaje contra reloj de Pomme y Hurdder para impedírselo.


Notas de la autora:
Bueno bueno... Pues aquí estamos, con una nueva aventura, y venga prometo que esta acabará. Tenia ganas de escribir una historia de fantasía. Advierto que no soy Tolkien, por lo que no voy a hacer una historia igual de buena que las suyas. Pero podré todas mis ganas en hacerla bien. Espero que le guste a todo el mundo :)

Portada: ©Phatpuppyart.com  http://phatpuppyart.deviantart.com/