sábado, 11 de mayo de 2013

Capítulo 2


Plata
Ya casi no podía ni respirar con normalidad. Había perdido totalmente la noción de cuánto había avanzado en la oscuridad del bosque ni cuánto tiempo llevaba corriendo sin rumbo fijo. Solo sabía que iba a seguir haciéndolo sin dejar de pensar en su compañero al que había dejado detrás. Ese lobo parecía demasiado fuerte y feroz para el joven, solo esperaba que estuviese a salvo. Al principio de su carrera podía escuchar algún rugido, ladrido o aullido, pero a medida que se alejaba del callejón los sonidos se hacían más tenues hasta que, ahora, solo podía oír sus propios pasos en los charcos de lluvia.

Quería parar de correr en algún momento, pero algo en ella le hacía sentir que no debía hacerlo. Eran las palabras de Hurdder que la había obligado a huir del campo de batalla. De vez en cuando frenaba sus pasos para ver si él la seguía o en un caso peor el gran lobo. Si fuera por ella volvería en ese mismo momento para ayudarlo. Pero sabía que su compañero tenía razón, lo más importante era transmitir el Mensaje a los Brujos de Inclán, llegar a Dochama… ellos eran lo de menos.

***

Los canes seguían en su encarnizada lucha, la sangre de ambos llenaba las calizas que les rodeaban a pocos metros. El sonido de dentadas, gruñidos y aullidos de dolor llenaban el todavía oscuro y apacible amanecer del bosque. Zafándose el uno del otro con bruscos movimientos cada vez que se tocaban nuevas gotas rojas salpicaban en varias direcciones. Hurdder volvió a abalanzarse sobre el lobo blanco. Sus colmillos aferrándose al cuello del enemigo, la piel del gran can era dura y espesa, lo que hacía que los mordiscos del joven biforme no eran capaces de hacer heridas graves en aquella corza de pelo brillante. Aun así el pastor apretó más sus mandíbulas intentando que su enemigo no escapase de sus fauces. Hubiese sido un acto efectivo si el gran lobo no hubiese aprovechado un mínimo despiste del joven para cerrar sus afilados dientes en una articulación de la pata delantera del perro, haciendo que este sintiese un intenso e insoportable dolor que provocó que soltase un agudo y lastimoso aullido.

Nunca había tenido que enfrentarse a un ser tan bestial y feroz como es hombre, normalmente sus contrarios eran simples ladrones o bandidos de los que tenía que defenderse. En ningún momento se había visualizado en una situación como aquella, luchando con otro biforme de esa manera tan encarnizada. Los Lobos Blancos venían de lejos, de más allá de las nevadas cumbres dochesas inaccesibles para los humanos normales, y no atacaban a no ser que fuera por defender su territorio o por su supervivencia o de algún ser querido. Eran, en teoría, nobles y con un gran sentido de honor y la justicia. O eso había leído en numerosos escritos.


— ¿Te ha dolido eso, chucho? —Masculló el biforme blanco, cuya piel se había teñido de escarlata debido a la herida del cuello, cortando el hilo del pensamiento del joven. —Un perro domesticado como tú nunca podría derrotar a un lobo salvaje como yo.

— ¿Lobo salvaje? Los lobos salvaje no persiguen a jovencitas porque sí, a no ser que fuese estrictamente necesario, Las Mensajeras no son ninguna amenaza para el clan de los Lobos Blancos, ni si quiera se acercan a vuestro territoirio. ¿Para quién trabajas? —Habló el joven como buenamente pudo con el dolor que le invadía.

—No sirvo a nadie, yo no soy ninguna mascota.

— ¿Y por qué nos persigues?


El lobo no contestó a esta última pregunta. En vez de esto, volvió a lanzarse al ataque. Hurdder intentó esquivarlo, pero para su mala suerte el lobo enemigo era mucho mayor, más rápido y estaba menos herido. Él había podido asestar bastantes mordidas y arañazos pero poco habían hecho en la gruesa piel del biforme. Los afilados cánidos del albino se volvieron a hundir en el lomo del pastor amarronado. Este cayó redondo al suelo empapándose con el agua de los charcos que tapizaban el pavimento. Tan agotado estaba ya que no podía ni mantener el aspecto del pastor, volviendo así a su forma humana.


— Creo que hablas demasiado, chucho. Será mejor que te calle de una vez. No has sido la peor de mis presas, espero que tu amiguita la de la capucha roja no me decepcione.


El lobo se acercó a él con aires de superioridad, muy seguro de su victoria, casi como si fuese un verdugo a punto de realizar una ejecución a órdenes de su monarca. Hurdder intentaba ponerse en pie pero el dolor en el brazo, costado y resto de heridas menores se lo impedían pese a sus esfuerzos y repetidamente caía una y otra vez sobre los cúmulos de agua mezclados con su sangre. El gran devorador se irguió orgulloso de sí mismo, su cabello blanco brillaba con los primeros rayos de luz que aparecían por el horizonte. Ya estaba listo para asestar la última dentada mortal en el biforme y correr tras la mujerzuela de la capucha roja, no tardaría en matarla a ella también. El joven cerró los ojos lo más fuerte que pudo como si así el gran lobo fuese a desaparecer.

¡Un sonido! Solo un agudo sonido metálico, casi doloroso para el fino oído de un biforme canino. Y acto seguido algo salpicó en su rostro. ¿Era su sangre? Si lo era no notaba el dolor… Lentamente, por miedo a encontrarse con los colmillos de su enemigo, abrió los ojos. Estaba vivo. Y justo delante suya el enorme cuerpo inerte del hombre albino, su pelo  y rostro se había tintado completamente por la sangre que emanaba de un duro golpe que había destrozado su cráneo, dejando a su alrededor un lago carmesí. Empapado en este mismo líquido, a uno centímetros de la cabeza destrozada del biforme reposaba lo que parecía un martillo plateado con un mango azul al que se ataba una larga cadena igualmente metálica.


— ¿Qué ha pas...?

—Que te he salvado la vida, eso es lo que ha pasado. —habló una helada voz de hombre desconocida desde el otro lado de la larga cadena. —De nada.


El dueño de la voz era un joven de su misma edad, tal vez un par de años mayor que él. Era alto y espigado de aspecto elegante, no parecía que hubiera matado a un hombre hacía menos de diez segundos. Su pelo era corto y, al igual que su arma, parecía hecho de hilos de plata y brillaba con la poca luz que le llegaba. Aunque compartiera aspectos comunes con el Lobo Blanco no tenía nada que ver con él en absoluto. A contrario del aspecto salvaje de su enemigo, el recién llegado desconocido llevaba un porte sofisticado. De rasgos faciales finos y delicados, pero a la vez angulosos y tez blanca como la nieve de Dochama, casi dándole un aire espectral. Pero en lo que más se fijó Hurdder fue en sus fríos, rasgados y anormalmente claros ojos azules. Ojos que le miraban fijamente con una mezcla de superioridad y compasión, mientras con paso lento pero decidido se acercaba a él.


— ¿Quién eres? — Fue lo único que pudo decir cuando recuperó la noción de la realidad.

—Eso ahora es lo de menos. —Respondió el extraño mientras con total parsimonia recogía su martillo y, con un pañuelo que guardaba en uno de los bolsillos de su gabardina azul, lo secó de a sangra de su víctima. Su voz era grave y sonaba totalmente plana. — ¿Dónde está la Mensajera?

—Respóndeme primero. ¿Quién eres? —Dijo Hurdder mientras se incorporaba doloridamente del suelo.

—Te responderé cuando estemos con ella. Así que llévame hasta ella lo antes posible.

— ¡¿Qué quién eres?! —Repitió el biforme cada vez más impaciente.

— ¿Dónde está? Te he salvado la vida, no basta con eso para que me digas donde está la Mensajera. Ese lobo hubiese acabado contigo de no ser porque estaba demasiado confiado y no se ha percatado de mi presencia, ni tu tampoco.  —Replicó sin cambiar realmente el tono de voz.

— ¿Cómo sé que no quieres matarnos? ¿Por qué iba a confiar en ti?

—Porque si no te aseguro que si no lo haces está muerta. Te aseguro que ese no es el único que os sigue de cerca. Y porque no tienes absolutamente nada que perder.


***

La susodicha Mensajera ya se encontraba cansada. No solo de correr si un destino claro, si no de huir y de no saber si su compañero se encontraba vivo o si ella viviría para reunirse con él. Había sido todo tan repentino, aun creía que en cualquier momento iba a despertar de aquel extraño sueño, pero en el fondo sabía que toda aquella situación era real. Solo quería acabar con esa situación cuanto antes y que todo volviese a la calma. Estaba harta de huir y algo la decía que iba a tener que seguir haciéndolo.

Con esos pensamientos dejó de correr, apoyó su espalda en el aun húmedo tronco de un árbol cercano. Respiró lenta y profundamente un par de veces intentando recuperar algo de energía que la carrera y la falta de sueño le habían robado.

El bosque estaba sumido en tal silencio que podía escuchar su propio corazón sofocado y sus pulmones. Se acabó, esperaría allí oculta a que llegara el que llegase, si era Hurdder pues perfecto, si no ella también sabía defenderse. En cuanto comenzó a relajarse y dejó de escuchar sus propias funciones vitales se percató de que allí había alguien más… alguien que se acercaba con pasos lentos en inciertos. Pomme se puso en guardia con la espalda pegada al tronco del árbol. Chasqueó los dedos y una llama apareció entre ellos chisporroteando con centellas rojas y anaranjadas, al igual que había pasado en la cueva.


— ¿Quién anda ahí? —Preguntó a joven preparada para proyectar la llamarada hacia quien quisiese atacarla.

— ¿Eres… una bruja? —Contestó con otro interrogante una vocecilla femenina y quebrada por la falta de aliento desde la aun oscura espesura.


Un cuerpo pequeño y esquelético cubierto de un traje de telas marrones salió de entre las hojas verdes. El pelo canoso y bastante escaso, y los abundantes surcos que llenaban su rostro y manos denotaban una avanzada edad. No parecía una gran amenaza, sino más bien una atemorizada anciana.


— ¿Eres una bruja? —Repitió la anciana en un tímido hilo de voz ya que no lograba respirar normalmente. Sus ojos pequeños y hundidos entre las arrugas denotaban una gran preocupación. —Necesito tu ayuda… por favor.

— ¿Qué sucede? —interrogó la joven al ver la expresión de la mujer.

—Mi pueblo ha sido atacado… Por unos enormes y… feroces…

— ¿Lobos blancos? —Habló Pomme por la mujer.

—Sí, exacto, unos gigantescos lobos blancos que se transformaban en hombres igualmente de crueles. Llegaron en la madrugada. Saquearon y quemaron nuestras casas. Nosotros intentamos defendernos, pero es un pueblo pequeño, no tenemos ni médiums ni brujas… solo azadas y rastrillos para la cosecha. Muchos de nuestros hombres acabaron muertos, devorados por esas bestias y si no heridos en estado muy grave… se han llevado a nuestras jóvenes, solo se pueden escuchar los llantos de los niños escondidos para intentar sobrevivir. Yo pude escapar porque nadie reparaba en una vieja arrugada como yo. Se han adueñado del poblado. Por favor ayúdanos. —Acabó la narración la anciana mientras los ojos se le desbordaban de lágrimas que recorrían su cara por las arrugas como ríos por los valles.

—Haré lo que pueda. —Afirmó sin acordarse ya de que ya tenía una misión que cumplir. No le gustaba imaginarse las escenas que le contaba la anciana. —Tengo un amigo… ahora ha quedado un poco atrás, pero nos alcanzará y si lo espera…

—Por favor… no podemos esperar, no hay tiempo para ello, muchos de mis conocidos ya han caído en la matanza… No puedo perder un segundo… —suplicó la mujer canosa.

—Entiendo. De todos modos, seguro que acaba alcanzándonos, es mucho más rápido que yo y se orienta bien. Cuando nos encuentre nos ayudará.

—Muchísimas gracias joven bruja… no sabe cuánto se lo agradezco.

—No me lo agradezca, el lugar donde vivía también ha sido atacado por los mismos lobos, entiendo por lo que está pasando. Lléveme a su pueblo.