viernes, 25 de julio de 2014

Capítulo 4

Locura


El camino hasta el pueblo más próximo se hizo condenadamente largo. No por la distancia en sí, si no porque tenían que llevar al pequeño grupo de niños asustados hasta un lugar seguro. Las cortas pieriecitas de los infantes les retrasaron más de lo deseado. Pero no podían abandonaros a su suerte en el bosque, y mucho menos llevarlos con ellos. Tras dejarles en una pequeña escuela, el trío debía encontrar ahora un lugar seguro para ellos mismos.

Pomme no se quitaba de la cabeza lo que había ocurrido en el bosque y aun sentía escalofríos al recordar el aliento del lobo tan cerca de ella. ¿Qué era lo que estaba pasando entre Jaroba y Dochama para que los lobos hubiesen atacado? Miró a Maxwell, el cual encaminaba la marcha. Se suponía que él conocía la verdad sobre lo que estaba ocurrido, pero era incapaz de confiar en esos ojos turquesa fríos como el hielo. Había algo en él que le gustaba aun menos que los lobos, no sabía el qué. Desvió la mirada hacia Hurdder, caminaba callado unos pasos por detrás de ella. Parecía preocupado, pero no por lo mismo que ella, si no por la herida del brazo que no terminaba de sangrar.


— Será mejor que vayamos a un sitio cubierto. — anunció el joven castaño sacando así de sus pensamientos a Pomme. — Huele a humedad, va a llover de nuevo pronto.

— Conozco un lugar donde podemos estar. Es una posada cercana. — comentó Maxwell con apatía.

— ¿Pero tu no eres de Dochama? — puntualizó Pomme.

— Sí, señorita, pero ¿acaso cree que he estado durmiendo en la copa de los árboles desde que llegué? — Contestó él con cierto sarcasmo que hizo que Pomme sintiese sus mejillas enrojecer y una tremenda vergüenza por su comentario.


Por su modo de hablar y de moverse se veía que Maxwell no era un vagabundo cualquiera. Andaba recto, firme, con la mirada al frente como si el mundo que le rodeaba fuese un camino único y claro. Podría tratarse perfectamente de un militar, pensaba Pomme. Además estaba impoluto para haber viajado por medio mundo desde Dochama al centro de Jaroba. Hurdder y ella tan solo llevaban una semana de viaje y ya daban asco de solo verles; llenos de polvo, sudor y lluvia; con el pelo enmarañado y heridos.

Llegaron a la posada de la que les había hablado el joven dochés, no era tan horrible como se había imaginado ella, si no bastante más acogedora, con paredes blancas y pinturas de paisajes colgando de ellas. La habitación era bastante pequeña para los tres, de hecho parecía que Maxwell ya había pasado allí la noche pues, encima de un pequeño sillón, había una bolsa de terciopelo azul reposando, la cual parecía suya. Se acercó a la misma, sacando una venda y un frasco transparente.


— Cura la herida de tu amigo, señorita. — indicó dándole el vendaje y el mejunje. Tras ello cerró la puerta con llave, y ocultó las ventanas tras las cortinas. Por primera vez pareció temer que alguien les siguiese o espiase.

— ¿Por qué nos estas ayudando tanto? — cuestionó la chica.

— La reina Julia. — fue su contestación tras cerrar completamente todo el cuarto y encendiendo una pequeña vela para poder iluminarlos. — La soberana de Dochama, ha enloquecido.

— ¿Qué clase de locura? — preguntó Hurdder.

— De la peor. Se ha vuelto totalmente demente. — continuó Maxwell sentándose en el sillón y cruzando los dedos delante de la boca. — Quiere comenzar una guerra. No solo entre Dochama y Jaroba. Es una guerra entre Dochama e Inclán. Jaroba es solo el principio, no hay otro motivo que el de que es el continente más cercano a su reino.

— ¿Cómo va a cometer esa locura?

— Señorita, ¿no ha oído que se ha vuelto loca?

— Pero esto no es solo por la demencia de una reina. — habló el biforme.

— Sí, sí lo es. Pero de una reina muy poderosa. No es solo ella y el ejercito del reino.

— ¿Norte? ¿Norte no ha hecho nada?

— Carst, el brujo del norte es su as en la manga. Desde hace meses, digamos, que la reina se ha ganado los favores del brujo.

— Pero… — continuó Hurdder — Los Lobos Blancos. Esos biformes siempre han presumido de no servir a ninguna nación, de vivir alejados en las Montañas dy hielo. Ellos nunca atacarían por que lo made una reina. Son orgullosos.

— Y ese es el mayor peligro. La reina Julia es medium. Y no de cualquier tipo de medium, es una medium bendita. Tiene el poder de meterse en los sueños de sus prisioneros, los manipula a su antojo, crea las peores pesadillas que puedas imaginar. El proceso puede durar semanas o incluso meses. Noche tras noche tortura con su poder a sus victimas hasta que estas la obedecen sin rechistar, o pierden la conciencia de si mismos.

— Eso explica todo lo que dijo el lobo blanco. — musitó Hurdder para si mismo.

— Además, — continuó hablando el dochés — Una vez la reina ha entrado en los sueños de alguien puede volver a hacerlo cuantas veces quiera, así da órdenes a sus “aliados” a grandes distancias.  Seguramente ella ordenó la retirada de los lobos.

— En otras palabras… — Pomme tragó saliva — Estoy viva porque la reina Julia quiso…

— Seguramente. Pero no entiendo el por qué. La reina ordenó a la manada de lobos acabar con las Mensajeras de los Brujos de Inclán para impedir la comunicación entre ellos, y entre los demás soberanos. Por eso no tiene sentido que hayan dejado a una viva, más teniéndola ya entre la espada y la pared.


A Pomme le subió un escalofrío por la espalda como si se tratase de una serpiente venenosa. La idea de pensar en ese lobo cerrando sus fauces sobre ella la paralizó momentáneamente. No solo era eso, Maxwell había afirmado que la reina contaba además con la ayuda de un Brujo de Inclán. Norte, los Brujos de Inclán no eran brujos como ella, era mucho más poderosos. Se decía que habían sido bendecidos con el poder de Jenh, la diosa salvadora del mundo de Inclán. Ellos lo conocían todo, de todos, en todos los tiempos. Conocían los mayores secretos del pasado, del presente e incluso del futuro. Ella era bruja, pero nada que ver, había miles de brujos pero solo eran cuatro los elegidos por la diosa de Inclán para proteger los cuatro continentes. Nada se escapaba a su magia, exceptuando los otros Brujos de Inclán y todo aquello que llevase la magia de Jenh.


— Pero aunque sea tan peligrosa como dices, y aunque tenga de su lado a Norte… — dio Pomme intentando encontrar alguna solución al problema que se les avecinaba — Son solo una medium y un brujo, por mucho ejercito y poder que tengan… Nosotros tenemos a los otros tres Brujos de Inclán, y miles de mediums, brujos y ejércitos. No puede hacer nada.

— No estaría yo tan seguro de ello, subestimas la locura.

— ¿Y tú como sabes todo esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que eres de confianza?  — cuestionó Hurdder levantando una ceja — Tú eres de Dochama, no te conviene incitar a otros reinos que comiencen una lucha contra el tuyo.

— Esta no es una lucha de Dochama, es sólo de la reina Julia y Norte. Mi reino está pasando por una de las más negras épocas de su historia, la reina está, como ella dice, limpiando Dochama.

— ¿Limpiando Dochama de qué?

— De eso. — sentenció señalando el rostro de la bruja la cual se sobresaltó al sentirse acusada de algo.

— ¡¿De mí?! Yo no he hecho nada malo, ni si quiera he llegado a pisar Dochama.

— No, de ti no… De los ojos rojos. La raza de Dochama siempre se ha caracterizado por dos rasgos distintivos, los cabellos blancos y los ojos azul turquesa. Pero hace algo menos de un siglo un pueblo de las islas del noroeste invadieron el continente. Saquearon, asesinaron y violaron a las gentes de Dochama. Esto provocó un mestizaje, que ahora ha empezado a hacerse evidente. Los ojos azules de los docheces se han ido tornando rojos, como los de los invasores, a lo largo de los años. La reina quiere limpiar la estirpe de esos ojos acabando con las personas que ensucian su reino. Y después de acabar con ellos, limpiará el resto del mundo de las razas mestizadas o impuras que ella crea necesarias…

 — Y sospecho que son muchas. — acabó el biforme.

— Me temo que sí. La reina, en su locura ya ha acabado con la vida de personas inocentes de su propio reino, familias enteras, incluso niños, ejecutados tan solo por tener los ojos rojos. Por eso he venido hasta aquí, ella ya ha asesinado a demasiada gente. — Maxwell suspiró, por segunda vez parecía demostrar algún tipo de sentimiento — Necesito hablar con Oeste.

— ¿Con mi abuela? — preguntó Pomme.

— ¿Karren, la Bruja del Oeste es tu abuela? — Maxwell abrió los ojos francamente atónito — Bruja, Mensajera, con ojos rojos y además la nieta de una Bruja de Inclán… ¿Qué más quieres para que la reina te odie? Da igual. Necesito que me lleves con ella.

— Nosotros salimos de allí hace una semana. Tardaremos como mínimo cinco días en llegar hasta allí. — habló Hurdder.

— Pero… nosotros teníamos la misión de llegar a Dochama y avisar de lo ocurrido a Carst. — se impuso Pomme sin pensar.

— ¿Pretendes meterte en la boca del lobo? Además Carst no va a ser de ninguna ayuda, eso tenlo por seguro.

— ¿Estás solo en esto?

— Básicamente… tengo una espía en palacio, por eso poseo tanta información sobre ello. Pero no es de gran ayuda a la hora de la lucha.

— Pues, sabiendo esto, será mejor que nos pongamos en marcha hacia el Castillo de las Montañas lo antes posible. Si es verdad lo que dices la reina ya debe de saber todo lo que esta pasando aquí.

— No mientras tenga esto. — el joven de cabellos plateados volvió a meter la mano en la bolsa sacando esta vez un reloj de bolsillo dorado atado a una cadena. — Es un reloj mágico, no sé cual es su utilidad exactamente, solo sé que mi espía lo ha robado de palacio. Fue un regalo de Norte a la reina. Mientras lo llevemos con nosotros ni si quiera el brujo más poderoso podrá saber donde estamos.

— No sé quien será tu espía pero hace un buen trabajo. — afirmó Hurdder mirando el reloj.

Pomme no podía, o más bien no quería, creer lo que Maxwell estaba contando. No el echo de la locura de la reina si no lo que había dicho de Carst. Ella como nieta de la Bruja del Oeste conocía a los otros tres Brujos desde que tenía memoria. El Carst que ella conocía era un hombre bueno y compasivo, alguien en que siempre habían confiado tanto ella como su abuela. Él nunca estaría de acuerdo con alguien capaz de matar débiles e inocentes, y mucho menos colaborar con ello. Estaba segura de que la soberana de Dochama le estaba torturándole con ese poder de manipular los sueños, era la única explicación lógica que encontraba. Así que ella tenía que ayudarle. La rabia y la inquietud la hacían sentir un enorme ardor proveniente de sus entrañas, como si fuese a entrar en combustión.

Hurdder parecía tranquilo, pero no era como se sentía. A lo largo de los años había aprendido a mostrar calma, las pasiones incontrolables eran innecesarias en tiempo de guerra. En ese sentido, parecía entender a Maxwell, aunque no acabase de confiar en él, su instinto le decía que de veras era un aliado. Esperaba no equivocarse.

lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 3

Trampa


La anciana condujo a Pomme hasta su aldea, era pequeña y con la creciente luz del amanecer las humildes casas que todavía quedaban en pie  producían sombras azules que melancolizaban y entristecían el lugar. Era cierto todo lo que la mujer le había dicho, las escasas y angostas callejuelas del pueblo se veían totalmente desiertas, solo estaban habitadas por restos de cenizas del ataque que habían sufrido hace unas horas. Es panorama a la joven se le hacía insoportable, ya fura por el olor a sangre o por el mero hecho de imaginar lo que ahí había sucedido.

— ¿Dónde están los supervivientes? —preguntó la chica preocupada por si ya no quedaba nadie al que ayudar.
—Sígame, no se encuentran muy lejos de aquí. Tan solo a unos minutos. Están escondidos en el sótano de la casa del jefe.
— ¿Hay muchos?
—Menos de los que me gustaría… Solo un puñado de niños y alguna mujer. Lo que me preocupa es que dijeron que volverían… sin ayuda no podremos hacer nada… —lloró la mujer con la voz rota y lágrimas en los ojos.
—No se preocupe. —Intentó consolar la joven al ver la tristeza de la anciana —Haré todo lo que pueda. Pensaremos algo.

Pomme siguió a la anciana unos pasos por detrás moviendo la cabeza de un lado a otro en una continua negación preparada para cualquier ataque enemigo. Aunque en esas calles todo era silencio a la morena todavía le parecía pode oír los tristes y desesperados gritos de los habitantes de la aldea, y eran desgarradores.
***

Mientras, Hurder intentaba encontrar el menor rastro de su compañera. No era una tarea demasiado difícil para él, en teoría. Pero el aroma del rocío mañanero empezaba a inundar el bosque, lo que camuflaba el olor de Pomme bastante eficazmente. Además la herida de su brazo estaba aún e carne viva y le provocaba terribles dolores que le distraía de su objetivo. El todavía desconocido joven de cabellos plateados se mantenía cerca del biforme, sin despegar sus ojos aguamarina de él, no parecía depositar mucha confianza en su capacidad.  Aun no se había ni presentado y ya hablaba y se movía como si fuese un superior, un noble vigilando como otros trabajaban para él. Pero… por lo menos no parecía querer matarlos a ellos, aunque todavía era pronto para afirmarlo… sería mejor mantenerle vigilado por si se trataba de una trampa.

Un ligero aroma llegó a él, sin duda era el de la capa roja de Pomme. Pero había algo raro otro olor. Uno totalmente desconocido, y ligeramente desagradable y agrio. Un sudor frío empezó a recorrer la espalda del castaño.

— ¿La has localizado? —cuestionó el hombre de cabellos plateados.
— Sí, pero no está sola. —contestó Hurdder. —Es un olor que no conozco.
—Espero que tu amiguita se esté bien y no se meta en problemas. Ya bastante he tenido con rescatarte a ti.
—No lo sé… será mejor que nos demos prisa.

Ambos continuaron su camino siguiendo las indicaciones del agudo olfato del biforme adentrándose en el bosque a la mayor velocidad posible.


**
 Pomme examinó con su roja mirada el edificio que se alzaba delante de ella, no era una casa muy grande pero si algo más que las otras de alrededor. Construida con las amarillentas calizas de la zona parecía ser el único sitio que no había sido asaltado brutalmente. Pomme ayudó a la mujer abrió las puertas con bastante esfuerzo, puesto que eran demasiado grandes, pesadas y antiguas para que a su avanzada edad lo lograse sola. Un agudo chirrido de la madera hinchada por la lluvia les dio la bienvenida al caserón. Todo estaba oscuro en el interior, solo algunos rayos de sol se colaban entre las cortinas que colgaban junto a las pequeñas ventanas haciendo que se pudiesen vislumbrar los objetos y muebles que había en aquel pequeño vestíbulo.

La joven miraba todo al su alrededor con intensa curiosidad. Pese a que aquella era la residencia del jefe del poblado, la casa, no era desde luego una mansión, si no humilde y austera. Los adornos que abundaban sobre las estanterías y cómodas eran de cerámica barata o, como mucho, de metales semipreciosos.


—Señora… ¿Dónde decía que se encon…? —No acabó la frase cuando se dio cuenta de que se hallaba totalmente sola. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral de arriba abajo.

Caminó entre las tenues luces por el pasillo intentando encontrar a su acompañante. Por algún motivo, tal vez algún tipo de presentimiento, intentaba hacer el menor ruido posible. Los pasos de las botas de cuero rojo de la bruja parecían resonar por todo el poblado y el suelo chillaba a sus pies. Desde luego era imposible que la anciana no supiese donde se encontraba. Paró un momento, tomó aire, y lo soltó lentamente. ¿Cómo era posible que se hubiese perdido dentro de esa pequeña vivienda?

Pero mientras pensaba eso, escuchó un sonido, un sonido tan leve y difuso como la luz del cuarto. Era un susurro de una vocecilla aguda y sollozante… ¡de uno de los niños! Sus propios pasos ruidosos estaban impidiendo que encontrase lo que buscaba. Sería burra. Se acercó a una de las paredes para intentar distinguir de donde exactamente provenía el llanto. Pero no lo hacía de otra habitación, si no de abajo. Una pequeña trampilla oculta debajo de una de las alfombras rojas parecía ser el mejor escondrijo en caso de peligro.  Pomme se agachó para abrirla, pesaba mucho más de lo que parecía. Al otro lado de la madera encontró unas estrechas escaleras que parecían  adentrarse en una oscuridad absoluta.


— ¿Señora Ednna? —escuchó desde el interior de aquellas tinieblas. — ¿Eres tú?
—No… —contestó la joven bruja —Pero he venido a ayudaros, no tenéis que tener miedo.

Pomme bajó los primeros escalones apoyándose en la pared hasta que la luz era totalmente deficiente. Entonces chasqueó los dedos y al igual que en la caverna una pequeña llama apareció sobre sus manos iluminando aquél sótano. Una serie de pequeños ojos llorosos e irritados  la observaban fijamente entre numerosos parpadeos. El grupo de pequeños niños no era demasiado numeroso.


— ¿Dónde está la señora Ednna? — preguntó uno de los pequeños.
—Está bien, estará por la casa. Ahora la buscamos, no os preocupéis. —contestó ella. — ¿Estáis todos bien?
— ¿Y los lobos?
—Tranquilos, no os harán nada.
—Aún no se han ido.
— ¿Qué?

Pomme miró a su alrededor, hasta entonces no lo había notado pero de repente comenzó a sentir una multitud de miradas clavándose en ella. Miradas que brillaban con la misma luz que ella había encendido pero de las cuales no se había percatado. De entre las sombras temblorosas apareció un grupo de hombres del mismo aspecto salvaje de aquel con el que había dejado a su compañero. Ella dio un paso hacia tras. El grupo no era muy numeroso, tan solo cinco integrantes, pero el encontrarlos de cara así la había perturbado. Los niños asustados se escondieron detrás de las faldas negras de la joven.

—Bueno, bueno, bueno… —farfulló el que parecía ser el cabecilla del equipo —El plan ha salido a pedir de boca. Los astros hoy se hallan de nuestra parte.
—Malditos… —masculló la bruja entre dientes.
—Parece que las famosas Mensajeras no son tan listas como cuentan. —dijo otro de los biformes burlón.
—O por lo menos esta. Ha sido ver una anciana llorona y caer en la trampa como una conejita.
— ¡¿Qué habéis hecho con la señora Ednna?! —exigió saber ella aumentando la intensidad de la llama de su mano.
— ¿La vieja esa? Ya no nos servía para nada. Ahora estará mejor en el mundo de los espíritus con sus vecinos.


Los niños comenzaron a llorar al conocer la noticia de la perdida de la anciana. Pomme sentía su sangre arder. Tanto que llegó un momento que, casi literalmente, explotó. En un rápido movimiento giró sobre si misma lanzando llamas anaranjadas en todas direcciones con la intención de acabar con sus enemigos. Algunas de ellas dieron en el blanco, pero la mayoría acabaron prendiendo los muebles y telas que había en aquel sótano. La lucha se había reanudado.

Los niños se asustaron todavía más. Lloraban desconsoladamente y algunos tosían por el humo y el polvo levantado. Pomme se dio cuenta que sus impulsos casi matan a los pequeños que ella había ido a salvar. Antes de carbonizar lo que quedaba de aldea tenía que sacar a los niños de allí. Los lobos que habían sido heridos aún se rebullían. Si corrían tendrían una oportunidad de huir.

— ¡Fuera de aquí, chicos! —gritó para que la escuchasen por encima de sus llantos. —Yo me encargo de estos malditos chuchos.

Los niños la obedecieron, lo más rápido que les permitían sus piernas corrieron escaleras arriba. Los lobos saltaron sobre la bruja. Ella se defendió con sus llamaradas incendiando cada vez más la sala lo que obligó a los biformes a salir también de ella de un modo salvaje. Pronto la mayoría de la casa ardía.


**
El intenso olor a humo negro llegó a las fosas nasales de Hurdder que inmediatamente supo de donde y por quién había sido causado. Los dos desconocidos miraron al cielo donde una enorme columna ceniza se erguía indicándoles el camino al que debían dirigirse.

—Parece que tu amiga la bruja se ha metido en graves problemas.
— Creo que más bien ella es el problema ahora mismo. —corrigió Hurdder tragando saliva. —Si no vamos rápido el fuego calcinará el bosque entero. Pomme no controla sus impulsos.
—Menuda mensajera ha ido a buscar Karren.


**
Los dos lobos menos fuertes de la manada habían quedado inconscientes por la cantidad de humo que se había levantado o ya contaban con tantas quemaduras que el dolor les impedía atacar a una única mujer. Poco después eran incluso incapaces de seguir manteniendo su aspecto canino. Pero aún quedaban tres de ellos, con mucha más fuerza física que ella.

El fuego los rodeaba, el calor era tan agobiante que ya comenzaba hasta hacer mella en la joven, aunque estaba entrenada para aguantar todo lo que el fuego conlleva.  Los lobos apenas eran capaces de abrir os ojos a causa de la luz, eso podía suponer una ventaja a su favor. Cuando uno de esos biformes intentaban acercarse a ella se llevaba una quemadura. Parecía que tenía la situación bajo control. Hasta que un fuerte zarpazo en el hombro derecho la hizo caer al suelo. Cuatro profundas marcas producidas por las grandes uñas de uno de sus enemigos sangraban y dolían. Las llamas parecían debilitarse con el daño causado.

El biforme que había asestado en la mujer se acercó a ella con gesto burlón hacia ella mientras su cuerpo cambiaba de nuevo a su forma humana. Ella aún no se había repuesto del golpe.


—Vaya, vaya… Parece que hemos encontrado tu punto débil, brujita. Si te duele… —rio dando un fuerte puntapié en el hombro herido de la joven la cual intentó ahogar un grito.  —…No hay fuego.
— ¿Cómo la matamos jefe? —cuestionó uno de los otros dos lobos mientras se aproximaba.
—No sé… se os ocurre alguna idea interesante. —contestó como si de verdad se divirtiese con aquella situación.


Se agachó frente a ella y con una de sus manos agarró sus cabellos negros levantándola de un tirón. Pese al dolor Pomme alzó sus brazos para agarrar el de su enemigo fuertemente, no hubo fuego pero le logró quemar con el gran calor de sus manos lo que hizo que el biforme tuviese que soltarla. Las marcas de sus palmas se quedaron selladas en él. Aprovechando ese momento de confusión la joven logró escabullirse corriendo entre las llamas que aún no se habían consumido.

—Maldita zorra… — masculló el lobo entre dientes convirtiéndose de nuevo en lobo, el cual ahora parecía realmente furioso.

De unos amplios y rápidos saltos dejó atrás a sus dos compañeros para perseguir a la bruja. Era un lobo enorme y poderoso que en cuestión de segundos alcanzó a la joven que huía. De un fuerte empujón la derribó como si de una muñeca se tratase haciéndola rodar un par de metro por la calcinada tierra.

Ahora sí que estaba perdida, y que rápido terminaba su viaje. El fuego acababa de apagarse finalmente, el lobo acercó su lleno de dientes hocico, mostrándolos blancos y afilados como cuchillas.

—Despídete bru… —pero no terminó la frase cuando sus orejas se erizaron como si hubiese escuchado algo. Algo entre aterrador y urgente puesto que su expresión se transformó. Tras ello bajó sus penetrantes ojos caninos mirándola con odio y sin mediar más palabra echó a correr adentrándose hacia el bosque.

— ¿Qué… ha pasado? —intentó habar para sí Pomme intentando recuperar la respiración. Su corazón todavía latía a enormes velocidades y no parecía querer calmarse. El sentir el aliento del lobo tan cerca de ella la había hecho olvidar el dolor de los numerosos arañazos y heridas que tenía en su cuerpo.

 — ¡¿Pomme?! —escuchó a voz de Hurdder no muy lejos de allí.
— ¡Aquí! ¡Estoy aquí! —contestó ella incorporándose y acudiendo al sitio del que provenía la voz.

Entonces fue cuando le vio aparecer con la mano en el hombro herido, al igual que ella, lo que hizo que tuviese que esconder una risilla. Se alegraba de que su compañero estuviese vivo, pero ella se había salvado de casualidad.

—Estás viva. Menos mal, cuando el fuego se apagaba cría que había pasado lo peor.
—Tranquilo, Hurdder. Aunque ha pasado algo muy raro… El biforme se fue antes de matarme… si no lo hubiese logrado. Ha sido un milagro.
—Vaya dos. —sentenció otra voz desconocida para ella. El joven de cabellos plateados apareció andando por detrás de Hurdder con total parsimonia.
— ¡¿Quién eres tú?! — Pomme se puso en guardia al ver el cabello albino de aquel hombre.
—No te asustes, Pomme. Él me ha salvado. También ha sido un milagro por mucho que me avergüence.
— ¿Y cómo sabes que podemos confiar en él?
—Mi nombre es Maxwell. —Dijo sin cambiar el tono de voz. —Y sé por qué quieren mataros.