lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 1


Perseguidor


Las gotas de lluvia resbalaban por las pequeñas y amarillentas venas de las hojas que les rodeaban y ocultaban. Pese a estar cubiertos por el gran árbol que se alzaba por encima de sus cabezas gran parte del agua caía sobre ellos desde el cielo plomizo. Ningún otro sonido, más que el suave murmullo de la lluvia golpeando todo aquello que hubiese debajo de las nubes, reinaba en el bosque. Ni un susurro… ni un movimiento… nada… el más mínimo ruido y estaban muertos.

Ocultos en las ramas de un alto abedul respiraban suavemente y tan solo cuando era necesario para oxigenar los pulmones.  Aquellos que les buscaban podían escuchar con gran facilidad cualquier sonido, atacando sin dudar a quien lo produjese ya fuese culpable, inocente o un pequeño animalillo que tuviese la mala suerte de pasar por allí.

Pomme bajó la vista al suelo sorteando con sus ojos escarlata las ramas que se interponían entre ella y la tierra mojada. De la espesura del bosque apareció un enorme lobo en su campo de visión. Era mayor que un lobo normal, sus ojos parecían colmados de odio como si alguien lo hubiese inyectado en ellos, y su pelaje blanco brillaba con reflejos plateados por la lluvia. Al verlo la joven no pudo evitar ahogar un grito tomando una fuerte bocanada de aire, pero antes de que aquello les metiera en algún problema mortal una mano selló sus labios agarrándola fuertemente por detrás. Ella agradeció ese gesto que pudo salvarlos, era Hurdder. Cuando la notó lo suficientemente calmada volvió a soltarla quedando ambos en su posición inicial.

Ponme volvió a mirar al animal. Este escudriñaba el lugar en busca de la menor pista de ellos. Para la mala suerte de la bestia su olfato había quedado anulado por la humedad y la lluvia que habían borrado totalmente sus rastros. Furioso y frustrado el lobo volvió  a desaparecer entre los arbustos. Aun así los dos decidieron permanecer un tiempo más en aquel profundo y asfixiante silencio, mientras el agua hacia que la tela se pegase a sus pieles dejándoles una fría y desagradable sensación en el cuerpo.

—Ya podemos bajar. —Anunció Hurdder uniendo el dicho con el hecho.
— ¡Al fin! —Exclamó la joven intentando descolgarse del árbol sin caerse ya que no llevaba la ropa más adecuada para el bosque.
—Creo que tendremos que acampar por aquí.
— ¡¿Aquí?! Si está todo empapado. Si no nos mata el bestia ese nos matará una pulmonía.
—Ya, si no es el mejor sitio, pero ahora que tenemos a ese biforme lejos es mejor quedarnos en un sitio seguro que seguir caminando. Seguro que no es capaz de imaginarse que nos ha dejado atrás.
—Si tan tontos son los biformes salvajes podríamos haberle derrotado fácilmente, somos dos y él solo uno. —Pensó la chica en voz alta.
—Sabes que tienes que evitar las luchas que no son extraordinariamente necesarias. Lo único que importa es...
—Llegar cuanto antes a Dochama. —Finalizó ella la frase  —Lo sé.

Pomme era una joven que aparentaba tener unos veintidós años de edad. De tamaño pequeño y aspecto delicado, como si en cuanto la tocasen fuera a romperse. Su pelo ondulado y castaño oscuro, casi negro, la cubría el cuello y parte de los hombros, aunque, en ese momento por la lluvia, lo tapaba con la capucha de una larga capa roja que solía llevar. También vestía un sencillo vestido negro de palabra de honor. Nada cómodo para viajar.

Por otra parte Hurdder, aparentemente de la misma edad, tenía un aspecto salvaje. Su pelo castaño en diferentes tonos siempre parecía despeinado y sus ojos eran dorados con un extraño reflejo animal. No mucho más alto que ella, pero ágil y rápido, solo había que ver con qué facilidad había bajado de la rama del abedul. Su ropa contrastaba con el vestido de la chica, era una ropa ideal para el bosque y largos viajes de colores marrones y tela resistente.

No paraba de llover… eso les ayudaría a ocultarse del biforme, pero también impedía encontrar un sitio bueno para pasar la noche. Su único consuelo fue encontrar una pequeña cueva entre las calizas que había cerca del bosque. Esta no tenía más de cuatro metros de profundidad pero con eso les bastaría. Entraron en ella y Hurdder apartó del suelo las hojas mojadas dejando al descubierto una tierra más o menos seca. Pomme por otra parte se colocó en el centro de la caverna, elevó la mano hasta que esta quedó aproximadamente a la altura de su nariz y, tras unos segundos de meditación, chasqueó los dedos. De ellos salieron unas chispas anaranjadas como el cielo del atardecer. Era magia. Un segundo después ya ardía un cálido fuego sobre el suelo de caliza, las llamas rojas y amarillas se mezclaban juguetonamente entre las centellas. Los jóvenes se sentaron alrededor de él.

Su viaje había empezado hacía poco más de una semana, en la zona norte del montañoso continente de Jaroba. Allí era donde se encontraba el inaccesible castillo de la bruja del Oeste, en lo más alto de la más alta montaña, donde solo unos pocos insensatos se atrevían a subir. La bruja tenía la sagrada misión de salvaguardar y proteger a los habitantes de ese continente. Ella había enviado a las Mensajeras. Pero ninguna de estas conocía el mensaje que llevaba, solo la vieja Bruja del Oeste. Solo sabían que debían llegar lo antes posible a donde los otros Brujos de Inclán habitaban, aparte de la anciana Bruja del Oeste, había otros tres, uno por cada continente habitado de Inclán, uno por cada punto cardinal. Ninguno de los viajeros conocía a los demás Brujos, solo debían hallarlos lo antes posible y entregar el mensaje. No sería difícil si no estuviesen intentando matarlos.

***

La lluvia había cesado y el cielo despejado, pero en el ambiente aun había humedad. Pomme volvió a mirar a su acompañante. Los dos permanecían en silencio. Ya le gustaría de ese chico fuese algo más hablador. Siempre estaba callado y eso a la chica le resultaba algo aburrido, ella era bastante parlanchina. No es que fuese borde o seco, pero si reservado.

—Es agotador estar día y noche caminando… es mortal. —dijo ella para romper el hielo.
—¿Qué se le va a hacer..?  —Repuso él sin ningún ánimo. —Es eso o que muramos todos. Piensa que las otras mensajeras y sus acompañantes esta igual que nosotros.
—Ya… ¿Cómo estará la abuela? Espero que bien. —habló la joven diciendo esas dos últimas frases para sí misma.
—Eso espero yo también. Es la Bruja del Oeste, seguro que está perfectamente.
—Tienes toda la razón. Que yo sé cómo se las gasta la señora. No hay quien pueda con ella, te lo aseguro, los capones que da son temibles. Si ha atacado a los biformes con ellos seguro que los ha matado a todos entre terrible sufrimiento.
—Me compadezco de los pobres. —Rió suavemente el chico.
— ¿Cuánto crees que tardaremos en llegar a Dochama? —Preguntó.
—No sé, con un poco de suerte si no encontramos ninguno de esos biformes puede que en menos de dos semanas.
—Vaya… sí que se va a hacer largo este viaje…
—El mundo de Inclán es grande.
—Ya… —Murmuró mientras desviaba sus ojos rojos a las dos lunas que se dejaban ver en el fragmento de cielo que no tapaba el techo de la caverna. Aquellas  luces del cielo y el fuego eran lo único que iluminaba. —Por lo menos no tenemos que recorrer Goth y Soloth también.
—En eso tienes mucha razón. Además sería difícil llegar.
— ¿Crees que algún día alguien llegará hasta allí?
—No creo que ni el mejor de los hombres ave lo lograse. Pero lo que sí creo es que deberías de dormirte ya y dejar las preguntas para mañana.
—Vale, vale… —Finalizó la joven para luego recostarse tapándose con su capa roja para pasar el menos frío posible.

No sabrían decir cuánto tiempo pudieron dormir antes de que Hurdder se despertase precipitadamente, casi de un salto. Su respiración se había acelerado. Del ruido que causaron sus  movimientos, Pomme abrió los ojos de nuevo. Los ojos de su compañero se había encendido totalmente y sus cabellos erizado salvajemente, aquello desde luego no era una buena señal. Ella se incorporé lo más rápido que pudo intentando desperezarse para estar preparada para recibir eso que preocupaba a su compañero.

— ¿Qué pasa, Hurdder? —Preguntó ella con un notable nerviosismo que hacía que la voz temblase.
—Ya viene… —Anunció el aludido en un tono casi ronco. —Levántate, tenemos que irnos lo más rápido que podamos.
— ¿Nos ha encontrado?
—Eso parece, si no lo han hecho y simplemente están retrocediendo lo harán si no nos movemos pronto. No están lejos, se les escucha bien.

La pareja se alejó de la caverna a paso ligero, pero al mismo tiempo intentaban hacer el menor ruido posible, por si el enemigo aún no había encontrado su rastro. Debían evitar que se encontrasen con los que les buscaban, más a esas horas de la madrugada, y tan cansados como estaban.

***

El hombre llegó a la caverna pero ahí ya no había nadie. En ella ya solo se encontraba un pequeño hueco oscurecido en el suelo, donde había estado el fuego que habían encendido. La Mensajera estaba aún cerca, podía olerla a ella y al chucho que la acompañaba.

***

Pasaban entre los callejones que las calizas y el agua habían formado con el tiempo, en aquel paisaje era más difícil tender una emboscada ya que solo podían llegar por detrás o delante, y esos flancos los tenían vigilados.

Aquellos parajes eran típicos de la zona en la que vivían por lo que Hurdder, acostumbrado a caminar por ellos, había manejarse y encontrar buenos pasajes para despistar a sus perseguidores. Algunos de esos huecos eran demasiado estrechos para pasar, otros eran tan anchos que podían caminar ambos a la misma altura. El suelo estaba encharcado y salpicaban al caminar sobre él. El sonido era rítmico, primero los fuertes pasos de Hurdder y luego otros más ligeros de Pomme. Él, ella, él, ella, él, ella… así durante un buen rato. Tan monótono era el sonido que no se percataron de él hasta que cambió. ¡Había pisadas de una tercera persona! Aún estaba lejos pero el joven con su fino oído ya le había escuchado. Y cada vez se acercaba más y más a gran velocidad.

— ¡Pomme, corre!
— ¡¿Qué?! —Exclamó la aludida algo alarmada. — ¡Sabes que o pienso huir!
— ¡Déjate de tonterías y hazlo! ¡Sabes que si a mí me pasa algo pueden remplazarme, Mensajeras quedáis muchas menos!
—Per…
— ¡No hay peros que valgan! ¡Lárgate ya! —Ordenó en un tono bastante agresivo.
—Va… vale…
—No te preocupes, no soy brujo pero se arreglármelas solo. Le entretendré.
— ¡Suerte! — Se despidió la chica mientras echaba a correr por el encharcado suelo.
—Gracias.


Pomme se alejaba lo más rápido que su vestido negro la permitía mientras la capa roja que colgaba de sus hombros revoloteaba detrás de ella. Y Hurdder se quedó detrás esperando ver aparecer al gran lobo blanco que les había perseguido durante los últimos días. Pero de vez de él de entre la roca parda apareció la figura de un hombre mayor que él en casi todos los aspectos. De pelo blanco y despeinado y ojos rojos y furiosos. Este le miró de arriba abajo de modo despectivo como si sintiese miedo que Hurrder le fuese a pegar alguna extraña enfermedad. Pero a la vez con una sonrisa maquiavélica en el rostro, que hacía que quedase a la vista sus prominentes y desgastados colmillos.


— ¿Dónde está la mujerzuela a la que acompañas, chucho? —Escupió el extraño con un total desprecio.
—Si quieres alcanzarla primero tendrás que acabar conmigo. —Contestó él.
—Lo dices como si fuese algo difícil, chucho.

Los dos corrieron el uno hacia el otro. Los rasgos del perseguidor empezaron a cambiar. El cuerpo se llenó de pelo y se agrandó aún más, convirtiéndose en el enorme lobo blanco. Tan solo un segundo después Hurdder sufrió un cambio casi idéntico al de su oponente. Sus manos y pies se transformaron en lo que parecían patas caninas y su rostro se alargó en forma de hocico. Rápidamente el joven adopto un feroz aspecto de un perro muy  similar a lo que nosotros llamaríamos un pastor alemán.
Si mediar ni una palabra más comenzó una batalla de dentelladas y arañazos sin más sonido que gruñidos y alaridos.




 Continuará...

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