Locura
El camino hasta el pueblo más próximo se hizo condenadamente largo. No por la distancia en sí, si no porque tenían que llevar al pequeño grupo de niños asustados hasta un lugar seguro. Las cortas pieriecitas de los infantes les retrasaron más de lo deseado. Pero no podían abandonaros a su suerte en el bosque, y mucho menos llevarlos con ellos. Tras dejarles en una pequeña escuela, el trío debía encontrar ahora un lugar seguro para ellos mismos.
Pomme no se quitaba de la cabeza lo que había ocurrido en el bosque y aun sentía escalofríos al recordar el aliento del lobo tan cerca de ella. ¿Qué era lo que estaba pasando entre Jaroba y Dochama para que los lobos hubiesen atacado? Miró a Maxwell, el cual encaminaba la marcha. Se suponía que él conocía la verdad sobre lo que estaba ocurrido, pero era incapaz de confiar en esos ojos turquesa fríos como el hielo. Había algo en él que le gustaba aun menos que los lobos, no sabía el qué. Desvió la mirada hacia Hurdder, caminaba callado unos pasos por detrás de ella. Parecía preocupado, pero no por lo mismo que ella, si no por la herida del brazo que no terminaba de sangrar.
— Será mejor que vayamos a un sitio cubierto. — anunció el joven castaño sacando así de sus pensamientos a Pomme. — Huele a humedad, va a llover de nuevo pronto.
— Conozco un lugar donde podemos estar. Es una posada cercana. — comentó Maxwell con apatía.
— ¿Pero tu no eres de Dochama? — puntualizó Pomme.
— Sí, señorita, pero ¿acaso cree que he estado durmiendo en la copa de los árboles desde que llegué? — Contestó él con cierto sarcasmo que hizo que Pomme sintiese sus mejillas enrojecer y una tremenda vergüenza por su comentario.
Por su modo de hablar y de moverse se veía que Maxwell no era un vagabundo cualquiera. Andaba recto, firme, con la mirada al frente como si el mundo que le rodeaba fuese un camino único y claro. Podría tratarse perfectamente de un militar, pensaba Pomme. Además estaba impoluto para haber viajado por medio mundo desde Dochama al centro de Jaroba. Hurdder y ella tan solo llevaban una semana de viaje y ya daban asco de solo verles; llenos de polvo, sudor y lluvia; con el pelo enmarañado y heridos.
Llegaron a la posada de la que les había hablado el joven dochés, no era tan horrible como se había imaginado ella, si no bastante más acogedora, con paredes blancas y pinturas de paisajes colgando de ellas. La habitación era bastante pequeña para los tres, de hecho parecía que Maxwell ya había pasado allí la noche pues, encima de un pequeño sillón, había una bolsa de terciopelo azul reposando, la cual parecía suya. Se acercó a la misma, sacando una venda y un frasco transparente.
— Cura la herida de tu amigo, señorita. — indicó dándole el vendaje y el mejunje. Tras ello cerró la puerta con llave, y ocultó las ventanas tras las cortinas. Por primera vez pareció temer que alguien les siguiese o espiase.
— ¿Por qué nos estas ayudando tanto? — cuestionó la chica.
— La reina Julia. — fue su contestación tras cerrar completamente todo el cuarto y encendiendo una pequeña vela para poder iluminarlos. — La soberana de Dochama, ha enloquecido.
— ¿Qué clase de locura? — preguntó Hurdder.
— De la peor. Se ha vuelto totalmente demente. — continuó Maxwell sentándose en el sillón y cruzando los dedos delante de la boca. — Quiere comenzar una guerra. No solo entre Dochama y Jaroba. Es una guerra entre Dochama e Inclán. Jaroba es solo el principio, no hay otro motivo que el de que es el continente más cercano a su reino.
— ¿Cómo va a cometer esa locura?
— Señorita, ¿no ha oído que se ha vuelto loca?
— Pero esto no es solo por la demencia de una reina. — habló el biforme.
— Sí, sí lo es. Pero de una reina muy poderosa. No es solo ella y el ejercito del reino.
— ¿Norte? ¿Norte no ha hecho nada?
— Carst, el brujo del norte es su as en la manga. Desde hace meses, digamos, que la reina se ha ganado los favores del brujo.
— Pero… — continuó Hurdder — Los Lobos Blancos. Esos biformes siempre han presumido de no servir a ninguna nación, de vivir alejados en las Montañas dy hielo. Ellos nunca atacarían por que lo made una reina. Son orgullosos.
— Y ese es el mayor peligro. La reina Julia es medium. Y no de cualquier tipo de medium, es una medium bendita. Tiene el poder de meterse en los sueños de sus prisioneros, los manipula a su antojo, crea las peores pesadillas que puedas imaginar. El proceso puede durar semanas o incluso meses. Noche tras noche tortura con su poder a sus victimas hasta que estas la obedecen sin rechistar, o pierden la conciencia de si mismos.
— Eso explica todo lo que dijo el lobo blanco. — musitó Hurdder para si mismo.
— Además, — continuó hablando el dochés — Una vez la reina ha entrado en los sueños de alguien puede volver a hacerlo cuantas veces quiera, así da órdenes a sus “aliados” a grandes distancias. Seguramente ella ordenó la retirada de los lobos.
— En otras palabras… — Pomme tragó saliva — Estoy viva porque la reina Julia quiso…
— Seguramente. Pero no entiendo el por qué. La reina ordenó a la manada de lobos acabar con las Mensajeras de los Brujos de Inclán para impedir la comunicación entre ellos, y entre los demás soberanos. Por eso no tiene sentido que hayan dejado a una viva, más teniéndola ya entre la espada y la pared.
A Pomme le subió un escalofrío por la espalda como si se tratase de una serpiente venenosa. La idea de pensar en ese lobo cerrando sus fauces sobre ella la paralizó momentáneamente. No solo era eso, Maxwell había afirmado que la reina contaba además con la ayuda de un Brujo de Inclán. Norte, los Brujos de Inclán no eran brujos como ella, era mucho más poderosos. Se decía que habían sido bendecidos con el poder de Jenh, la diosa salvadora del mundo de Inclán. Ellos lo conocían todo, de todos, en todos los tiempos. Conocían los mayores secretos del pasado, del presente e incluso del futuro. Ella era bruja, pero nada que ver, había miles de brujos pero solo eran cuatro los elegidos por la diosa de Inclán para proteger los cuatro continentes. Nada se escapaba a su magia, exceptuando los otros Brujos de Inclán y todo aquello que llevase la magia de Jenh.
— Pero aunque sea tan peligrosa como dices, y aunque tenga de su lado a Norte… — dio Pomme intentando encontrar alguna solución al problema que se les avecinaba — Son solo una medium y un brujo, por mucho ejercito y poder que tengan… Nosotros tenemos a los otros tres Brujos de Inclán, y miles de mediums, brujos y ejércitos. No puede hacer nada.
— No estaría yo tan seguro de ello, subestimas la locura.
— ¿Y tú como sabes todo esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que eres de confianza? — cuestionó Hurdder levantando una ceja — Tú eres de Dochama, no te conviene incitar a otros reinos que comiencen una lucha contra el tuyo.
— Esta no es una lucha de Dochama, es sólo de la reina Julia y Norte. Mi reino está pasando por una de las más negras épocas de su historia, la reina está, como ella dice, limpiando Dochama.
— ¿Limpiando Dochama de qué?
— De eso. — sentenció señalando el rostro de la bruja la cual se sobresaltó al sentirse acusada de algo.
— ¡¿De mí?! Yo no he hecho nada malo, ni si quiera he llegado a pisar Dochama.
— No, de ti no… De los ojos rojos. La raza de Dochama siempre se ha caracterizado por dos rasgos distintivos, los cabellos blancos y los ojos azul turquesa. Pero hace algo menos de un siglo un pueblo de las islas del noroeste invadieron el continente. Saquearon, asesinaron y violaron a las gentes de Dochama. Esto provocó un mestizaje, que ahora ha empezado a hacerse evidente. Los ojos azules de los docheces se han ido tornando rojos, como los de los invasores, a lo largo de los años. La reina quiere limpiar la estirpe de esos ojos acabando con las personas que ensucian su reino. Y después de acabar con ellos, limpiará el resto del mundo de las razas mestizadas o impuras que ella crea necesarias…
— Y sospecho que son muchas. — acabó el biforme.
— Me temo que sí. La reina, en su locura ya ha acabado con la vida de personas inocentes de su propio reino, familias enteras, incluso niños, ejecutados tan solo por tener los ojos rojos. Por eso he venido hasta aquí, ella ya ha asesinado a demasiada gente. — Maxwell suspiró, por segunda vez parecía demostrar algún tipo de sentimiento — Necesito hablar con Oeste.
— ¿Con mi abuela? — preguntó Pomme.
— ¿Karren, la Bruja del Oeste es tu abuela? — Maxwell abrió los ojos francamente atónito — Bruja, Mensajera, con ojos rojos y además la nieta de una Bruja de Inclán… ¿Qué más quieres para que la reina te odie? Da igual. Necesito que me lleves con ella.
— Nosotros salimos de allí hace una semana. Tardaremos como mínimo cinco días en llegar hasta allí. — habló Hurdder.
— Pero… nosotros teníamos la misión de llegar a Dochama y avisar de lo ocurrido a Carst. — se impuso Pomme sin pensar.
— ¿Pretendes meterte en la boca del lobo? Además Carst no va a ser de ninguna ayuda, eso tenlo por seguro.
— ¿Estás solo en esto?
— Básicamente… tengo una espía en palacio, por eso poseo tanta información sobre ello. Pero no es de gran ayuda a la hora de la lucha.
— Pues, sabiendo esto, será mejor que nos pongamos en marcha hacia el Castillo de las Montañas lo antes posible. Si es verdad lo que dices la reina ya debe de saber todo lo que esta pasando aquí.
— No mientras tenga esto. — el joven de cabellos plateados volvió a meter la mano en la bolsa sacando esta vez un reloj de bolsillo dorado atado a una cadena. — Es un reloj mágico, no sé cual es su utilidad exactamente, solo sé que mi espía lo ha robado de palacio. Fue un regalo de Norte a la reina. Mientras lo llevemos con nosotros ni si quiera el brujo más poderoso podrá saber donde estamos.
— No sé quien será tu espía pero hace un buen trabajo. — afirmó Hurdder mirando el reloj.
Pomme no podía, o más bien no quería, creer lo que Maxwell estaba contando. No el echo de la locura de la reina si no lo que había dicho de Carst. Ella como nieta de la Bruja del Oeste conocía a los otros tres Brujos desde que tenía memoria. El Carst que ella conocía era un hombre bueno y compasivo, alguien en que siempre habían confiado tanto ella como su abuela. Él nunca estaría de acuerdo con alguien capaz de matar débiles e inocentes, y mucho menos colaborar con ello. Estaba segura de que la soberana de Dochama le estaba torturándole con ese poder de manipular los sueños, era la única explicación lógica que encontraba. Así que ella tenía que ayudarle. La rabia y la inquietud la hacían sentir un enorme ardor proveniente de sus entrañas, como si fuese a entrar en combustión.
Hurdder parecía tranquilo, pero no era como se sentía. A lo largo de los años había aprendido a mostrar calma, las pasiones incontrolables eran innecesarias en tiempo de guerra. En ese sentido, parecía entender a Maxwell, aunque no acabase de confiar en él, su instinto le decía que de veras era un aliado. Esperaba no equivocarse.