Perseguidor
Las gotas de lluvia resbalaban por las pequeñas y
amarillentas venas de las hojas que les rodeaban y ocultaban. Pese a estar
cubiertos por el gran árbol que se alzaba por encima de sus cabezas gran parte
del agua caía sobre ellos desde el cielo plomizo. Ningún otro sonido, más que
el suave murmullo de la lluvia golpeando todo aquello que hubiese debajo de las
nubes, reinaba en el bosque. Ni un susurro… ni un movimiento… nada… el más
mínimo ruido y estaban muertos.
Ocultos en las ramas de un alto abedul respiraban
suavemente y tan solo cuando era necesario para oxigenar los pulmones. Aquellos que les buscaban podían escuchar con
gran facilidad cualquier sonido, atacando sin dudar a quien lo produjese ya
fuese culpable, inocente o un pequeño animalillo que tuviese la mala suerte de
pasar por allí.
Pomme bajó la vista al suelo sorteando con sus ojos
escarlata las ramas que se interponían entre ella y la tierra mojada. De la
espesura del bosque apareció un enorme lobo en su campo de visión. Era mayor
que un lobo normal, sus ojos parecían colmados de odio como si alguien lo
hubiese inyectado en ellos, y su pelaje blanco brillaba con reflejos plateados
por la lluvia. Al verlo la joven no pudo evitar ahogar un grito tomando una
fuerte bocanada de aire, pero antes de que aquello les metiera en algún
problema mortal una mano selló sus labios agarrándola fuertemente por detrás.
Ella agradeció ese gesto que pudo salvarlos, era Hurdder. Cuando la notó lo
suficientemente calmada volvió a soltarla quedando ambos en su posición
inicial.
Ponme volvió a mirar al animal. Este escudriñaba el
lugar en busca de la menor pista de ellos. Para la mala suerte de la bestia su
olfato había quedado anulado por la humedad y la lluvia que habían borrado
totalmente sus rastros. Furioso y frustrado el lobo volvió a desaparecer entre los arbustos. Aun así los
dos decidieron permanecer un tiempo más en aquel profundo y asfixiante
silencio, mientras el agua hacia que la tela se pegase a sus pieles dejándoles
una fría y desagradable sensación en el cuerpo.
—Ya podemos bajar. —Anunció Hurdder uniendo el dicho
con el hecho.
— ¡Al fin! —Exclamó la joven intentando descolgarse
del árbol sin caerse ya que no llevaba la ropa más adecuada para el bosque.
—Creo que tendremos que acampar por aquí.
— ¡¿Aquí?! Si está todo empapado. Si no nos mata el
bestia ese nos matará una pulmonía.
—Ya, si no es el mejor sitio, pero ahora que tenemos
a ese biforme lejos es mejor quedarnos en un sitio seguro que seguir caminando.
Seguro que no es capaz de imaginarse que nos ha dejado atrás.
—Si tan tontos son los biformes salvajes podríamos
haberle derrotado fácilmente, somos dos y él solo uno. —Pensó la chica en voz
alta.
—Sabes que tienes que evitar las luchas que no son extraordinariamente
necesarias. Lo único que importa es...
—Llegar cuanto antes a Dochama. —Finalizó ella la
frase —Lo sé.
Pomme era una joven que aparentaba tener unos
veintidós años de edad. De tamaño pequeño y aspecto delicado, como si en cuanto
la tocasen fuera a romperse. Su pelo ondulado y castaño oscuro, casi negro, la
cubría el cuello y parte de los hombros, aunque, en ese momento por la lluvia,
lo tapaba con la capucha de una larga capa roja que solía llevar. También
vestía un sencillo vestido negro de palabra de honor. Nada cómodo para viajar.
Por otra parte Hurdder, aparentemente de la misma
edad, tenía un aspecto salvaje. Su pelo castaño en diferentes tonos siempre
parecía despeinado y sus ojos eran dorados con un extraño reflejo animal. No
mucho más alto que ella, pero ágil y rápido, solo había que ver con qué
facilidad había bajado de la rama del abedul. Su ropa contrastaba con el
vestido de la chica, era una ropa ideal para el bosque y largos viajes de
colores marrones y tela resistente.
No paraba de llover… eso les ayudaría a ocultarse
del biforme, pero también impedía encontrar un sitio bueno para pasar la noche.
Su único consuelo fue encontrar una pequeña cueva entre las calizas que había
cerca del bosque. Esta no tenía más de cuatro metros de profundidad pero con
eso les bastaría. Entraron en ella y Hurdder apartó del suelo las hojas mojadas
dejando al descubierto una tierra más o menos seca. Pomme por otra parte se colocó
en el centro de la caverna, elevó la mano hasta que esta quedó aproximadamente
a la altura de su nariz y, tras unos segundos de meditación, chasqueó los
dedos. De ellos salieron unas chispas anaranjadas como el cielo del atardecer.
Era magia. Un segundo después ya ardía un cálido fuego sobre el suelo de
caliza, las llamas rojas y amarillas se mezclaban juguetonamente entre las
centellas. Los jóvenes se sentaron alrededor de él.
Su viaje había empezado hacía poco más de una
semana, en la zona norte del montañoso continente de Jaroba. Allí era donde se
encontraba el inaccesible castillo de la bruja del Oeste, en lo más alto de la
más alta montaña, donde solo unos pocos insensatos se atrevían a subir. La bruja
tenía la sagrada misión de salvaguardar y proteger a los habitantes de ese
continente. Ella había enviado a las Mensajeras. Pero ninguna de estas conocía
el mensaje que llevaba, solo la vieja Bruja del Oeste. Solo sabían que debían
llegar lo antes posible a donde los otros Brujos de Inclán habitaban, aparte de
la anciana Bruja del Oeste, había otros tres, uno por cada continente habitado
de Inclán, uno por cada punto cardinal. Ninguno de los viajeros conocía a los
demás Brujos, solo debían hallarlos lo antes posible y entregar el mensaje. No
sería difícil si no estuviesen intentando matarlos.
***
La lluvia había cesado y el cielo despejado, pero en
el ambiente aun había humedad. Pomme volvió a mirar a su acompañante. Los dos
permanecían en silencio. Ya le gustaría de ese chico fuese algo más hablador.
Siempre estaba callado y eso a la chica le resultaba algo aburrido, ella era
bastante parlanchina. No es que fuese borde o seco, pero si reservado.
—Es agotador estar día y noche caminando… es mortal.
—dijo ella para romper el hielo.
—¿Qué se le va a hacer..? —Repuso él sin ningún ánimo. —Es eso o que
muramos todos. Piensa que las otras mensajeras y sus acompañantes esta igual
que nosotros.
—Ya… ¿Cómo estará la abuela? Espero que bien. —habló
la joven diciendo esas dos últimas frases para sí misma.
—Eso espero yo también. Es la Bruja del Oeste,
seguro que está perfectamente.
—Tienes toda la razón. Que yo sé cómo se las gasta
la señora. No hay quien pueda con ella, te lo aseguro, los capones que da son
temibles. Si ha atacado a los biformes con ellos seguro que los ha matado a
todos entre terrible sufrimiento.
—Me compadezco de los pobres. —Rió suavemente el
chico.
— ¿Cuánto crees que tardaremos en llegar a Dochama? —Preguntó.
—No sé, con un poco de suerte si no encontramos
ninguno de esos biformes puede que en menos de dos semanas.
—Vaya… sí que se va a hacer largo este viaje…
—El mundo de Inclán es grande.
—Ya… —Murmuró mientras desviaba sus ojos rojos a las
dos lunas que se dejaban ver en el fragmento de cielo que no tapaba el techo de
la caverna. Aquellas luces del cielo y
el fuego eran lo único que iluminaba. —Por lo menos no tenemos que recorrer
Goth y Soloth también.
—En eso tienes mucha razón. Además sería difícil
llegar.
— ¿Crees que algún día alguien llegará hasta allí?
—No creo que ni el mejor de los hombres ave lo
lograse. Pero lo que sí creo es que deberías de dormirte ya y dejar las
preguntas para mañana.
—Vale, vale… —Finalizó la joven para luego
recostarse tapándose con su capa roja para pasar el menos frío posible.
No sabrían decir cuánto tiempo pudieron dormir antes
de que Hurdder se despertase precipitadamente, casi de un salto. Su respiración
se había acelerado. Del ruido que causaron sus
movimientos, Pomme abrió los ojos de nuevo. Los ojos de su compañero se
había encendido totalmente y sus cabellos erizado salvajemente, aquello desde
luego no era una buena señal. Ella se incorporé lo más rápido que pudo
intentando desperezarse para estar preparada para recibir eso que preocupaba a
su compañero.
— ¿Qué pasa, Hurdder? —Preguntó ella con un notable
nerviosismo que hacía que la voz temblase.
—Ya viene… —Anunció el aludido en un tono casi
ronco. —Levántate, tenemos que irnos lo más rápido que podamos.
— ¿Nos ha encontrado?
—Eso parece, si no lo han hecho y simplemente están
retrocediendo lo harán si no nos movemos pronto. No están lejos, se les escucha
bien.
La pareja se alejó de la caverna a paso ligero, pero
al mismo tiempo intentaban hacer el menor ruido posible, por si el enemigo aún
no había encontrado su rastro. Debían evitar que se encontrasen con los que les
buscaban, más a esas horas de la madrugada, y tan cansados como estaban.
***
El hombre llegó a la caverna pero ahí ya no había
nadie. En ella ya solo se encontraba un pequeño hueco oscurecido en el suelo,
donde había estado el fuego que habían encendido. La Mensajera estaba aún
cerca, podía olerla a ella y al chucho que la acompañaba.
***
Pasaban entre los callejones que las calizas y el
agua habían formado con el tiempo, en aquel paisaje era más difícil tender una
emboscada ya que solo podían llegar por detrás o delante, y esos flancos los
tenían vigilados.
Aquellos parajes eran típicos de la zona en la que
vivían por lo que Hurdder, acostumbrado a caminar por ellos, había manejarse y
encontrar buenos pasajes para despistar a sus perseguidores. Algunos de esos
huecos eran demasiado estrechos para pasar, otros eran tan anchos que podían
caminar ambos a la misma altura. El suelo estaba encharcado y salpicaban al
caminar sobre él. El sonido era rítmico, primero los fuertes pasos de Hurdder y
luego otros más ligeros de Pomme. Él, ella, él, ella, él, ella… así durante un
buen rato. Tan monótono era el sonido que no se percataron de él hasta que
cambió. ¡Había pisadas de una tercera persona! Aún estaba lejos pero el joven
con su fino oído ya le había escuchado. Y cada vez se acercaba más y más a gran
velocidad.
— ¡Pomme, corre!
— ¡¿Qué?! —Exclamó la aludida algo alarmada. —
¡Sabes que o pienso huir!
— ¡Déjate de tonterías y hazlo! ¡Sabes que si a mí
me pasa algo pueden remplazarme, Mensajeras quedáis muchas menos!
—Per…
— ¡No hay peros que valgan! ¡Lárgate ya! —Ordenó en
un tono bastante agresivo.
—Va… vale…
—No te preocupes, no soy brujo pero se arreglármelas
solo. Le entretendré.
— ¡Suerte! — Se despidió la chica mientras echaba a
correr por el encharcado suelo.
—Gracias.
Pomme se alejaba lo más rápido que su vestido negro
la permitía mientras la capa roja que colgaba de sus hombros revoloteaba detrás
de ella. Y Hurdder se quedó detrás esperando ver aparecer al gran lobo blanco
que les había perseguido durante los últimos días. Pero de vez de él de entre
la roca parda apareció la figura de un hombre mayor que él en casi todos los
aspectos. De pelo blanco y despeinado y ojos rojos y furiosos. Este le miró de
arriba abajo de modo despectivo como si sintiese miedo que Hurrder le fuese a
pegar alguna extraña enfermedad. Pero a la vez con una sonrisa maquiavélica en
el rostro, que hacía que quedase a la vista sus prominentes y desgastados
colmillos.
— ¿Dónde está la mujerzuela a la que acompañas,
chucho? —Escupió el extraño con un total desprecio.
—Si quieres alcanzarla primero tendrás que acabar
conmigo. —Contestó él.
—Lo dices como si fuese algo difícil, chucho.
Los dos corrieron el uno hacia el otro. Los rasgos
del perseguidor empezaron a cambiar. El cuerpo se llenó de pelo y se agrandó
aún más, convirtiéndose en el enorme lobo blanco. Tan solo un segundo después
Hurdder sufrió un cambio casi idéntico al de su oponente. Sus manos y pies se
transformaron en lo que parecían patas caninas y su rostro se alargó en forma
de hocico. Rápidamente el joven adopto un feroz aspecto de un perro muy similar a lo que nosotros llamaríamos un pastor
alemán.
Si mediar ni una palabra más comenzó una batalla de
dentelladas y arañazos sin más sonido que gruñidos y alaridos.
Continuará...