Plata
Ya casi no podía ni respirar con normalidad. Había
perdido totalmente la noción de cuánto había avanzado en la oscuridad del
bosque ni cuánto tiempo llevaba corriendo sin rumbo fijo. Solo sabía que iba a
seguir haciéndolo sin dejar de pensar en su compañero al que había dejado
detrás. Ese lobo parecía demasiado fuerte y feroz para el joven, solo esperaba
que estuviese a salvo. Al principio de su carrera podía escuchar algún rugido,
ladrido o aullido, pero a medida que se alejaba del callejón los sonidos se
hacían más tenues hasta que, ahora, solo podía oír sus propios pasos en los
charcos de lluvia.
Quería parar de correr en algún momento, pero algo
en ella le hacía sentir que no debía hacerlo. Eran las palabras de Hurdder que
la había obligado a huir del campo de batalla. De vez en cuando frenaba sus
pasos para ver si él la seguía o en un caso peor el gran lobo. Si fuera por
ella volvería en ese mismo momento para ayudarlo. Pero sabía que su compañero
tenía razón, lo más importante era transmitir el Mensaje a los Brujos de
Inclán, llegar a Dochama… ellos eran lo de menos.
***
Los canes seguían en su encarnizada lucha, la sangre
de ambos llenaba las calizas que les rodeaban a pocos metros. El sonido de
dentadas, gruñidos y aullidos de dolor llenaban el todavía oscuro y apacible
amanecer del bosque. Zafándose el uno del otro con bruscos movimientos cada vez
que se tocaban nuevas gotas rojas salpicaban en varias direcciones. Hurdder
volvió a abalanzarse sobre el lobo blanco. Sus colmillos aferrándose al cuello
del enemigo, la piel del gran can era dura y espesa, lo que hacía que los
mordiscos del joven biforme no eran capaces de hacer heridas graves en aquella corza
de pelo brillante. Aun así el pastor apretó más sus mandíbulas intentando que
su enemigo no escapase de sus fauces. Hubiese sido un acto efectivo si el gran
lobo no hubiese aprovechado un mínimo despiste del joven para cerrar sus
afilados dientes en una articulación de la pata delantera del perro, haciendo
que este sintiese un intenso e insoportable dolor que provocó que soltase un
agudo y lastimoso aullido.
Nunca había tenido que enfrentarse a un ser tan
bestial y feroz como es hombre, normalmente sus contrarios eran simples
ladrones o bandidos de los que tenía que defenderse. En ningún momento se había
visualizado en una situación como aquella, luchando con otro biforme de esa
manera tan encarnizada. Los Lobos Blancos venían de lejos, de más allá de las
nevadas cumbres dochesas inaccesibles para los humanos normales, y no atacaban
a no ser que fuera por defender su territorio o por su supervivencia o de algún
ser querido. Eran, en teoría, nobles y con un gran sentido de honor y la
justicia. O eso había leído en numerosos escritos.
— ¿Te ha dolido eso, chucho? —Masculló el biforme
blanco, cuya piel se había teñido de escarlata debido a la herida del cuello,
cortando el hilo del pensamiento del joven. —Un perro domesticado como tú nunca
podría derrotar a un lobo salvaje como yo.
— ¿Lobo salvaje? Los lobos salvaje no persiguen a
jovencitas porque sí, a no ser que fuese estrictamente necesario, Las
Mensajeras no son ninguna amenaza para el clan de los Lobos Blancos, ni si
quiera se acercan a vuestro territoirio. ¿Para quién trabajas? —Habló el joven
como buenamente pudo con el dolor que le invadía.
—No sirvo a nadie, yo no soy ninguna mascota.
— ¿Y por qué nos persigues?
El lobo no contestó a esta última pregunta. En vez
de esto, volvió a lanzarse al ataque. Hurdder intentó esquivarlo, pero para su
mala suerte el lobo enemigo era mucho mayor, más rápido y estaba menos herido.
Él había podido asestar bastantes mordidas y arañazos pero poco habían hecho en
la gruesa piel del biforme. Los afilados cánidos del albino se volvieron a
hundir en el lomo del pastor amarronado. Este cayó redondo al suelo empapándose
con el agua de los charcos que tapizaban el pavimento. Tan agotado estaba ya
que no podía ni mantener el aspecto del pastor, volviendo así a su forma
humana.
— Creo que hablas demasiado, chucho. Será mejor que
te calle de una vez. No has sido la peor de mis presas, espero que tu amiguita
la de la capucha roja no me decepcione.
El lobo se acercó a él con aires de superioridad,
muy seguro de su victoria, casi como si fuese un verdugo a punto de realizar
una ejecución a órdenes de su monarca. Hurdder intentaba ponerse en pie pero el
dolor en el brazo, costado y resto de heridas menores se lo impedían pese a sus
esfuerzos y repetidamente caía una y otra vez sobre los cúmulos de agua mezclados
con su sangre. El gran devorador se irguió orgulloso de sí mismo, su cabello
blanco brillaba con los primeros rayos de luz que aparecían por el horizonte.
Ya estaba listo para asestar la última dentada mortal en el biforme y correr
tras la mujerzuela de la capucha roja, no tardaría en matarla a ella también.
El joven cerró los ojos lo más fuerte que pudo como si así el gran lobo fuese a
desaparecer.
¡Un sonido! Solo un agudo sonido metálico, casi
doloroso para el fino oído de un biforme canino. Y acto seguido algo salpicó en
su rostro. ¿Era su sangre? Si lo era no notaba el dolor… Lentamente, por miedo
a encontrarse con los colmillos de su enemigo, abrió los ojos. Estaba vivo. Y
justo delante suya el enorme cuerpo inerte del hombre albino, su pelo y rostro se había tintado completamente por
la sangre que emanaba de un duro golpe que había destrozado su cráneo, dejando
a su alrededor un lago carmesí. Empapado en este mismo líquido, a uno
centímetros de la cabeza destrozada del biforme reposaba lo que parecía un
martillo plateado con un mango azul al que se ataba una larga cadena igualmente
metálica.
— ¿Qué ha pas...?
—Que te he salvado la vida, eso es lo que ha pasado.
—habló una helada voz de hombre desconocida desde el otro lado de la larga
cadena. —De nada.
El dueño de la voz era un joven de su misma edad,
tal vez un par de años mayor que él. Era alto y espigado de aspecto elegante,
no parecía que hubiera matado a un hombre hacía menos de diez segundos. Su pelo
era corto y, al igual que su arma, parecía hecho de hilos de plata y brillaba
con la poca luz que le llegaba. Aunque compartiera aspectos comunes con el Lobo
Blanco no tenía nada que ver con él en absoluto. A contrario del aspecto
salvaje de su enemigo, el recién llegado desconocido llevaba un porte
sofisticado. De rasgos faciales finos y delicados, pero a la vez angulosos y
tez blanca como la nieve de Dochama, casi dándole un aire espectral. Pero en lo
que más se fijó Hurdder fue en sus fríos, rasgados y anormalmente claros ojos
azules. Ojos que le miraban fijamente con una mezcla de superioridad y
compasión, mientras con paso lento pero decidido se acercaba a él.
— ¿Quién eres? — Fue lo único que pudo decir cuando
recuperó la noción de la realidad.
—Eso ahora es lo de menos. —Respondió el extraño
mientras con total parsimonia recogía su martillo y, con un pañuelo que guardaba
en uno de los bolsillos de su gabardina azul, lo secó de a sangra de su víctima.
Su voz era grave y sonaba totalmente plana. — ¿Dónde está la Mensajera?
—Respóndeme primero. ¿Quién eres? —Dijo Hurdder
mientras se incorporaba doloridamente del suelo.
—Te responderé cuando estemos con ella. Así que
llévame hasta ella lo antes posible.
— ¡¿Qué quién eres?! —Repitió el biforme cada vez más
impaciente.
— ¿Dónde está? Te he salvado la vida, no basta con
eso para que me digas donde está la Mensajera. Ese lobo hubiese acabado contigo
de no ser porque estaba demasiado confiado y no se ha percatado de mi
presencia, ni tu tampoco. —Replicó sin
cambiar realmente el tono de voz.
— ¿Cómo sé que no quieres matarnos? ¿Por qué iba a
confiar en ti?
—Porque si no te aseguro que si no lo haces está
muerta. Te aseguro que ese no es el único que os sigue de cerca. Y porque no
tienes absolutamente nada que perder.
***
La susodicha Mensajera ya se encontraba cansada. No
solo de correr si un destino claro, si no de huir y de no saber si su compañero
se encontraba vivo o si ella viviría para reunirse con él. Había sido todo tan
repentino, aun creía que en cualquier momento iba a despertar de aquel extraño
sueño, pero en el fondo sabía que toda aquella situación era real. Solo quería
acabar con esa situación cuanto antes y que todo volviese a la calma. Estaba
harta de huir y algo la decía que iba a tener que seguir haciéndolo.
Con esos pensamientos dejó de correr, apoyó su
espalda en el aun húmedo tronco de un árbol cercano. Respiró lenta y
profundamente un par de veces intentando recuperar algo de energía que la
carrera y la falta de sueño le habían robado.
El bosque estaba sumido en tal silencio que podía
escuchar su propio corazón sofocado y sus pulmones. Se acabó, esperaría allí
oculta a que llegara el que llegase, si era Hurdder pues perfecto, si no ella
también sabía defenderse. En cuanto comenzó a relajarse y dejó de escuchar sus
propias funciones vitales se percató de que allí había alguien más… alguien que
se acercaba con pasos lentos en inciertos. Pomme se puso en guardia con la
espalda pegada al tronco del árbol. Chasqueó los dedos y una llama apareció entre
ellos chisporroteando con centellas rojas y anaranjadas, al igual que había
pasado en la cueva.
— ¿Quién anda ahí? —Preguntó a joven preparada para
proyectar la llamarada hacia quien quisiese atacarla.
— ¿Eres… una bruja? —Contestó con otro interrogante
una vocecilla femenina y quebrada por la falta de aliento desde la aun oscura
espesura.
Un cuerpo pequeño y esquelético cubierto de un traje
de telas marrones salió de entre las hojas verdes. El pelo canoso y bastante
escaso, y los abundantes surcos que llenaban su rostro y manos denotaban una
avanzada edad. No parecía una gran amenaza, sino más bien una atemorizada
anciana.
— ¿Eres una bruja? —Repitió la anciana en un tímido
hilo de voz ya que no lograba respirar normalmente. Sus ojos pequeños y
hundidos entre las arrugas denotaban una gran preocupación. —Necesito tu ayuda…
por favor.
— ¿Qué sucede? —interrogó la joven al ver la
expresión de la mujer.
—Mi pueblo ha sido atacado… Por unos enormes y…
feroces…
— ¿Lobos blancos? —Habló Pomme por la mujer.
—Sí, exacto, unos gigantescos lobos blancos que se
transformaban en hombres igualmente de crueles. Llegaron en la madrugada.
Saquearon y quemaron nuestras casas. Nosotros intentamos defendernos, pero es
un pueblo pequeño, no tenemos ni médiums ni brujas… solo azadas y rastrillos
para la cosecha. Muchos de nuestros hombres acabaron muertos, devorados por
esas bestias y si no heridos en estado muy grave… se han llevado a nuestras
jóvenes, solo se pueden escuchar los llantos de los niños escondidos para
intentar sobrevivir. Yo pude escapar porque nadie reparaba en una vieja
arrugada como yo. Se han adueñado del poblado. Por favor ayúdanos. —Acabó la
narración la anciana mientras los ojos se le desbordaban de lágrimas que
recorrían su cara por las arrugas como ríos por los valles.
—Haré lo que pueda. —Afirmó sin acordarse ya de que
ya tenía una misión que cumplir. No le gustaba imaginarse las escenas que le
contaba la anciana. —Tengo un amigo… ahora ha quedado un poco atrás, pero nos
alcanzará y si lo espera…
—Por favor… no podemos esperar, no hay tiempo para
ello, muchos de mis conocidos ya han caído en la matanza… No puedo perder un
segundo… —suplicó la mujer canosa.
—Entiendo. De todos modos, seguro que acaba
alcanzándonos, es mucho más rápido que yo y se orienta bien. Cuando nos
encuentre nos ayudará.
—Muchísimas gracias joven bruja… no sabe cuánto se
lo agradezco.
—No me lo agradezca, el lugar donde vivía también ha
sido atacado por los mismos lobos, entiendo por lo que está pasando. Lléveme a
su pueblo.